𝐂𝐚𝐩𝐢𝐭𝐮𝐥𝐨 𝟑𝟏

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⸙Sarah

Gracias a esto llevo una semana limpia.

Gracias a esto es que estoy vista.

Y todo esto es gracias a ella. 

Allie me regaló una sonrisa inmensa bajo la luz de un viernes soleado. Yo no pude evitar hacer lo mismo al ver como se emocionaba por cada juego que nos cruzábamos. Y comencé a entender que con ella todo sería diferente. Que ella era como un ángel caído del cielo para cuidarme.

Habíamos pasado la tarde en el muelle de Santa Mónica, yendo y viniendo. Algunas veces, entrábamos en los baños para besarnos y únicamente dejarnos llevar. 

Claro que ella creía que era por la adrenalina de ser vistas. Pero ella no tenía por qué temer. Mi caso era diferente. Si mi madre o Liam se enteraban de esto, me obligarían a separarme de Allie para siempre. Tal cual como lo habían hecho con Madison anteriormente. Y no quería que mataran otra parte de mí. Durante toda mi vida, ellos mataban una pequeña parte de mí, haciendo que ni yo misma me conozca. Porque todo lo que me importa siempre me lo quitan. Todo lo que tengo siempre lo arrebatan de mis manos. Por eso debía mantener a Allie oculta. 

Caminamos por el muelle, viendo a niños corriendo de un lado a otro, personas gritando sobre las atracciones, otros comiendo, y otros besándose o tomados de la mano...

En ese momento me pregunté... Quizás si fuese un chico, sería todo más fácil, ¿No lo crees, mamá?

Sin pensarlo mucho, rocé su mano con la mía sutilmente a lo que ella reaccionó al segundo... pero no como me hubiese gustado. 

Me tomó la mano rápidamente y me dejó un pequeño beso sobre esta. Rápidamente aparté mi mano de su agarre y comencé a mirar para todos lados, verificando que nadie nos haya visto.

Vi en sus ojos su clara confusión. Y esto lo había arruinado yo. Que raro.

—¿Qué ocurre?

—Nada... —aseguré en voz baja mientras me adentraba en una pequeña cafetería que estaba cerca del muelle. 

El olor a café me llegó hasta la nariz y todo lo que pude hacer fue inhalar. No sin antes mirar por encima del hombro a Allie, quien fruncía el ceño desde que evité tomar su mano. 

—Vamos, Sarah... —insistió. —¿Qué sucede?

Sucede que no pueden vernos juntas en público tomadas de la mano

—He dicho que no pasaba nada. 

—No me mientas, no a mí, Sarah.

Me congelé en mi lugar.

—¿Qué dices?— estaba comenzando a enojarme. 

Ella no contestó. Agachó la cabeza y suspiró, como si hubiese estado todo el día conteniéndolo. Esos ojos expresaban tantas cosas. Tantas cosas aún no dichas, que me dieron ganas de llorar por ella, una vez más. 

La noche anterior había llorado toda la noche, recordando los moretones y cicatrices con las que cargaba todos los días y pensé: ¿Qué puedo hacer para que eso cambie? 

No habíamos tocado mucho más el tema aunque, mi cabeza seguía dándole vueltas a todo el asunto. Pero ella estaba para mí y yo para ella. No tendremos ningún problema si nos mantenemos juntas, ¿cierto?

—Solo... —comenzó. —no me ocultes las cosas. Por favor.

Le regalé una media sonrisa, a lo que ella contestó de la misma manera. 

—Te lo prometo. —mentí. Mentí descaradamente. Frente a ella. Ella pareció aliviada y eso... eso fue una estaca al corazón. Porque sabía perfectamente que mentiría, una y otra vez con tal de protegerla. Protegernos. 

Los ojos nunca mienten © [Sin Editar]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora