𝐄𝐧 𝐨𝐭𝐫𝐚 𝐯𝐢𝐝𝐚...

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Me desperté de repente por una notificación. Miré rápidamente mi teléfono. Era de Sarah, de tan solo unos minutos, pero me preocupé aún más por el contenido de los mensajes. Cada que iba escuchando las declaraciones de esa grabación. Y eso significaba que por fin podíamos acusarlo de una manera justa. Teníamos pruebas.

Mamá preguntó distraída a donde me dirigía con tanta prisa.

Le dije que a la comisaría.

Ella se alarmó.

—Mi novia... Tengo una novia... Y su padrastro abusó de ella. Tengo que reportarlo ya mismo, mamá. Por favor.

Noté como en sus ojos se asomaban gruesas gotas de agua. Asintió rápidamente antes de acercarse a mí y abrazarme con fuerza.

Salí de allí corriendo en largos pasos y me subí a la bicicleta. Pedaleé tan rápido como nunca lo había creído posible.

Porque mi amor por ella era tan grande y arriesgado y desesperado que haría lo que sea por ella. Movería cielo y montañas para verla solamente sonreír. Pero esto era otro nivel.

Se me encogió el corazón del solo pensar hace cuánto tiempo está sucediendo esto. ¿Me lo había estado ocultando todo este tiempo? Recordé cuando le vi ese golpe en la cara y pudo confirmarme que se trataba de Liam. Pero no se atrevió a decirme que había sido violada, y quien sabe cuantas veces.

Una vez en la comisaría, me bajé de un salto de la bicicleta y la dejé caer al suelo, corriendo hacia la puerta. Atravesé la sala de espera e ignoré el llamado de la secretaria pidiéndome que esperara mi turno.

La puerta de la oficina de Connor se abrió de par en par cuando la empujé con fuerza. Connor me miró sorprendido de verme allí, supuse.

—Connor. Tengo las pruebas.

Le mostré el video. Los mensajes. Las declaraciones que el mismo Liam hacía en la grabación. Y que en ese mismo negocio, su propio padre formaba parte.

Se pusieron manos a la obra. Muchas patrullas fuera de la estación de policía se preparaban para partir. Yo me subí a mi bicicleta y pedaleé rápidamente a la velocidad del auto de Connor.

En cuanto llegamos a la casa, las luces estaban apagadas. Dos policías golpearon fuertemente la puerta. Cuando vieron que no recibieron respuesta alguna, empujaron la puerta con todas sus fuerzas hasta romper el cerrojo. Me bajé de mi bicicleta y corrí detrás de los policías que entraban en la casa. 

Corrí a su habitación y la vi vacía al igual que la sala y la cocina. En el baño la encontré. La sangre reciente y ella llorando a mares. 

—Mierda. 

Agarré rápidamente unas toallas y las presioné sobre los cortes.

—Lo siento, Allie... Se me fue de las manos. —me explicó aún llorando. 

Mis lágrimas comenzaron a escapar por mis ojos pero me las limpié torpemente con mi hombro mientras seguía sosteniendo las toallas. 

—Ya está, Sarah. Esta pesadilla ha acabado. Somos libres. —le aseguré y apoyé mi frente contra la suya. 

—¿Tendremos nuestro final feliz?— preguntó. 

—El más feliz. 

Los ojos nunca mienten © [Sin Editar]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora