𝐂𝐚𝐩𝐢𝐭𝐮𝐥𝐨 𝟑𝟕

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⸙Allie

Los besos son recuerdos. Los besos son marcas de por vida. Ya hayan sido feos, asquerosos, hermosos, tiernos, sexys. Pero ninguno te marca más que un beso lleno de sentimiento. Cargado de una explosión de emociones en cuanto dos lenguas se rozan, cuando dos labios encajan perfectamente como si hubiesen estado destinados a estar juntos.

En aquel momento sentí una cercanía. Una familiaridad en ese beso. Fue un beso acogedor en donde parece que nuestros labios se entienden por sí solos y encajan como si fuesen uno solo, fusionándose.

Una molestia llamada George nos interrumpió en el medio de nuestro momento.

—No quiero interrumpir pero...

—Ya lo hiciste. —afirmé.

—Tenemos que bajar nuestras cosas.

Rodé los ojos y me puse de pie, tomé algunas mochilas y mantas y bajé de la van seguida de Kyle y Megan.

Si me permitían los universos a expresarme abiertamente, diría que la mochila de George (que por cierto yo tenía que cargar), olía a mierda. Pura mierda.

A ver, no mierda como tal. Pero olía a marihuana, cerveza, y sexo.

Caminando, por no decir escalando, estas infinitas escaleras de concreto, comencé a distinguir el horrible frío que hacía afuera. Había estado tan acostumbrada al calor que hacía dentro de la van que salir al exterior fue un golpe duro y frío en todo mi cuerpo.

—¿Desde cuando tú y Sarah...? Ya sabes. —preguntó Kyle, que estaba casi arrastrando algunas mochilas.

—No lo sé.

—Oh, vamos. ¿Aproximadamente?

—Desde inicio de clases tuvimos cierta... conexión.

Aunque no sé si sea así por parte de Sarah, yo sentí una conexión única la primera vez que me miró. Y cuando nuestros caminos se cruzaron supe que no habría vuelta atrás. Que ella estaba destinada a aparecer en mi vida y darle un giro completo.

Cuando llegamos a la gran entrada de la cabaña, insulté a George por lo bajo. Recuerdo haber escuchado de su boca que era una mansión humilde. Aunque a decir verdad, nada material de lo que tenga George es humilde.

El techo era tan alto que parecía casi una casa de tres pisos. Tenía enormes ventanales y dos balcones. En la entrada, una gran puerta de madera barnizada y dos columnas del mismo material sostenían un techo triangular sobre nosotros. Las luces de adentro eran lo único que iluminaba las afueras del bosque además de la luz de la luna.

—Creí que la casa sería humilde. —comentó Megan.

—¿En serio?— alcé las cejas.

—No. —contestó con una sonrisa.

Dejamos todas las mochilas en el suelo a la espera del resto, que no tardaron mucho en llegar. Llevaban algunas mochilas más y un par de troncos que supuse que serían para encender la chimenea.

Sus respiraciones estaban agitadas y al exhalar por la boca, el vaho se expandía hacia delante hasta desaparecer.

Para nada extraño fue ver que George mantenía las manos casi desocupadas de no ser por las llaves de la casa.

Imbécil.

—Trabajando mucho, ¿eh?— ironizó Megan.

—Yo soy el que les brinda la hospitalidad. No se quejen.

Cuando abrió la puerta, la calefacción de la casa me abrazó. Olía a dulce, madera, calor. Eran tan hermoso, aunque por orgullo no se lo diría a George. Tendría que aguantarme su cara de "soy el mejor", y no quería eso.

Los ojos nunca mienten © [Sin Editar]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora