Trece: Ser Feliz

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Oh, Dios. No debí haber hecho eso. No debí besarla.

¿Y si se molesta? ¿Y si me tira del globo aerostático y muero?

Por primera vez aquel pensamiento me parecía malo. Quería a Maddie y quería seguir vivo por ella, y para salvarla de que no sufra todo lo que yo he sufrido.

En tanto nos separamos, no pude evitar mirarla con expectación; aunque eso estuviese mal.

Me miró por lo que ante mis ojos parecía un par de minutos; pero no me dijo nada.

Y fue porque se abalanzó sobre mí una vez más, esta vez ella era la que me besaba.

Me sentía en el cielo. Sentía como si, después de años de sufrimiento, viera el arcoiris después de la tormenta.

Por un momento supe lo que se sentía ser feliz.

Nos separamos y ella me abrazó. Y no quería por nada del mundo soltarla.

—Quiero algo distinto, ¿sabes?— Me miró. —La vida está llena de clichés y copias, y la misma es muy corta para vivir la historia de alguien más.

—¿Por qué crees que te traje aquí, huh?— Sonreí de manera amplia. —Te conozco.— Ella rió.

[...]

Cuando llegué a casa, mi padre y Ámber estaban sentados en el sofá, pero en tanto me vieron pasar por la puerta se pusieron de pie, mirándome con expectación.

¿Tanto creían que no lo iba a lograr?

—¿Qué ha sucedido, hijo?— Preguntó mi padre. —¿Cómo te ha ido?

—Perfectamente.— Sonreí, y el orgullo embargó su rostro. Me abrazó, y Ámber también se unió.

—Felicidades, Justin.— Dijo ella.

—Tu madre estaría muy, muy orgullosa de ti.— Mi padre añadió, viéndome a los ojos. Tragué saliva, viendo hacia el suelo. Nunca será igual sin mi mamá, y no puedo evitar imaginarme como sería la vida si ella no hubiese muerto.

A veces me pregunto a mi mismo si hubiese preferido morirme yo a que mi mamá se hubiese muerto; pero es en realidad una pregunta muy difícil.

No me malinterpreten. Si yo me hubiese muerto, mi madre hubiese pasado por un dolor terrible, que quizás hubiese llevado consigo hasta el día de su muerte. Ahora, antes de morir, ella pasó por mucho dolor, como todo paciente de cáncer terminal.

Es una pregunta que a veces me carcome por dentro.

—Si, papá.— Finalmente dije. —Mamá... se perdió y se perderá de tantas cosas que prefiero simplemente no pensar en ello.

Mi teléfono vibró en el bolsillo de mis pantalones. —Disculpen.— Caminé escaleras arriba hacia mi habitación, al girar el pomo de la puerta pude notar que no traía mi reloj conmigo. Debió haberse perdido cuando salí.

Me tumbé en mi cama, atendiendo la llamada entrante en mi móvil.

—¿Hola?

—Al parecer alguien anotó hoy.— Michael rió desde el otro lado de la línea. —Maddie me llamó, estaba muy feliz. Dijo que nunca en su vida había experimentado algo así.

Sonreí. —Yo sólo quiero hacerla feliz, bro.— Oí pasos subir las escaleras, pero asumí que era mi padre así que seguí hablando. —Desde aquella vez en el cementerio, cuando me enteré que había perdido a su padre... quise hacerla feliz. Más que antes incluso. Sé por lo que pasó, por lo que está pasando y quiero que pare.

—¿Qué?— Una muy sorprendida Maddie se encontraba de pie en mi puerta con el reloj que di por perdido en sus manos, atónita por lo que acababa de oír.

Oh, no.

—Maddie, escucha.— Empecé a decir y ella me interrumpió.

—¿Sabías lo de mi padre?— Dijo en un hilo de voz. Una mezcla de molestia, dolor y algo más que no lograba decifrar (pero no era nada bueno) cruzó por su rostro.

—Sí, Maddie, pero yo...

—¿Así que, hiciste todo esto sólo por consuelo?— Cuestionó.

—No, Maddie, no, por favor, no es así. Déjame explicarte.

—¡No! Por años he intentado evadir la lástima de los demás, ¡no quiero tu lástima, Bieber! ¡Ni la de nadie!— Gritó, lágrimas corrían por su hermoso rostro. No, Maddie, no llores.

En tanto caminé un paso hacia ella, salió del lugar.

Tenía, debía y necesitaba darle una explicación.

Tenía tan cerca a Maddie que simplemente no la podía perder, no ahora.

Chanel → j.bDonde viven las historias. Descúbrelo ahora