CAPÍTULO 36: El impostor

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CAPÍTULO 36: EL IMPOSTOR

Siempre se me ha dado mal calcular las multitudes. Hay personas que tienen un don, y pueden determinar con cierta exactitud cuánta gente hay en un lugar, pero yo siempre he sido pésimo en ello. Cuando la nave aterrizó, pensé que podía haber unas doscientas personas, pero bien podrían haber sido trecientas, quinientas o cien. Lo que sí sabía es que eran muchas; demasiadas para mí, que, a pesar de mi "personalidad descarada", como decía mi madre, no me gustaba ser el centro de atención.

Es curioso las cosas en las que pensamos en momentos de agobio. Mientras intentaba olvidarme de la muchedumbre que me esperaba al otro lado, me vino una idea a la cabeza, algo en lo que no había pensado desde que había abandonado mi hogar: en ese planeta no había pandemia. Ni allí ni dentro de la nave había medidas preventivas. La gente deambulaba a sus anchas, sin gel hidroalcohólico, sin mascarillas, sin preocupación en el rostro por un virus invisible que se llevaba a tus seres queridos como un asesino silencioso. Me pregunté cómo estarían mis amigos, mis compañeros de clase. No había pasado tanto tiempo.... Seguramente seguirían con las clases online. Alguno incluso disfrutaría de la facilidad de estudiar así, y del aislamiento con la videoconsola, Netflix y Amazon Prime, ajenos a la cantidad de familias que ese virus de mierda estaba destrozando. Otros tendrían familiares en la UCI o bajo tierra.

- Rocco - me llamó Koran, en el tono de quien lleva un tiempo hablando solo y se da cuenta de que no le estás escuchando. Le miré, confundido. - Tenemos que salir, hijo.

- ¿Quién es...? ¿Quién es toda esa gente?

- Gran parte de mis hermanos y sus familias - resopló, con evidente fastidio.

"Gran parte. O sea, que todavía hay más"

"Bueno, dijo que tenía cuarenta hermanos".

- Ten, ponte esto - me pidió Koran, pasándome un inhibidor. - En cuanto se abran las puertas notarás una avalancha de emociones ajenas. Además de ser muchos, mi familia puede ser muy... intensa.

"Su familia... ¿será mi familia también?" pensé, mientras me ponía el aparato, ya familiar.

"Yo no me entusiasmaría demasiado..." me respondí. Además de la empatía, mi superpoder era el pesimismo.

- Altezas, colóquense detrás, por favor. Debemos cerciorarnos de que es seguro - nos instruyó uno de los guardias.

Koran asintió y me atrajo hacia él en ademan protector. La verdad era que aquello me parecía ridículo: si alguna de las tropecientas personas que había fuera querían hacernos daño, ¿acaso alguno de nosotros, en clara minoría, podría impedirlo?

Allí no había tal cosa como un cordón de seguridad y esa gente no debía de tener muy claros conceptos como el del espacio personal, porque apenas pusimos un pie en tierra nos rodearon. Confieso que me escondí detrás de Koran como... bueno, como el niño que era, según él, ¿no? Pues así tenía un poco de su propia medicina.

Centenares de voces comenzaron a hablar al mismo tiempo y no todas sonaban amigables.

- Es verdad que es un mestizo.

- ¿Qué es eso en sus orejas?

- Empático, como su padre...

- ... no esperes que le llamemos príncipe...

- ¡Hermano, cuánto tiempo!

- ¿Es cierto lo que he oído? ¿Padre y madre intentaron matarle?

HeterocromíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora