Koran pidió una bandeja con leche, cereales y fruta y aprovechó para explicarme que muchas familias optaban por comer a solas en las habitaciones, pero que nosotros debíamos estar presentes en la mesa central del refectorio, al menos durante las dos comidas principales.
- Algunas personas se ofenderían si no lo hiciéramos así. Las tradiciones, especialmente las que son inofensivas como esta, son difíciles de romper – me dijo. – Pero, si quieres, podemos desayunar aquí todos los días. ¿Qué dices?
Asentí, mientras me rascaba la tripa disimuladamente. Aquel pijama me picaba mucho. Con la excusa de que tenía que ir al baño -aunque era cierto, ya que me estaba meando después de toda una noche en la cama-, le pedí si tenía un cambio de ropa. Después de apretar unos botones, sacó una muda de interior y exterior.
- ¿Tienes de todo en esos armarios? - pregunté y él se rió.
- No, ayer mientras te bañabas pedí varias camisetas y dos pantalones. El sistema calculó tu talla, por eso estaba bastante seguro de haber acertado. Más adelante iremos a que escojas lo que quieras. Siento que todo sea tan... precipitado. De haber tenido tiempo te habría preparado una habitación.
Por un segundo me imaginé al típico padre primerizo emocionado, decorando el cuarto de su futuro hijo. Por lo poco que conocía a Koran y su tendencia a pensar que era un crío, hubiera sido capaz de pintar mi habitación de azul cielo, dibujar un arcoíris y poner una cuna en lugar de una cama.
- Deja, mejor así – murmuré y fui al baño a vestirme.
El desayuno ya estaba listo cuando regresé. Volvía a tener el estómago cerrado, pero sabía que Koran se iba a empeñar en que me lo tomara y quería ir al juicio sin que nada me retrasara. En realidad, no era algo que tuviera ganas de ver, no lo esperaba como un concierto o un espectáculo, pero necesitaba saber lo que sucedía con aquel hombre.
Me llevé una cucharada a la boca y, aunque estaba rico, sentí una ligera decepción, porque no sabían como los cereales que tomaba en casa. Ni siquiera tenían la misma forma, eran como gusanitos, pero intenté no pensar en eso porque no era muy agradable imaginar insectos nadando en la leche.
- ¿En Okran hay vacas? – se me ocurrió preguntar.
Koran negó con la cabeza.
- ¿Y de qué es la leche que estoy tomando?
- De yegua.
Impulsivamente, escupí el trago que acababa de dar, salpicando la mesa e incluso a él.
- ¡Rocco! – exclamó.
- ¿¡Leche de caballo!? – me espanté. - ¡Con razón sabía raro!
- ¿Era necesario que escupieras así? – me regañó. – Definitivamente, tenemos que trabajar en tus modales en la mesa. Tendrás que asistir a muchos eventos y no puedo dejar que te comportes como un diplodocus.
- ¡Me diste leche de caballo! – me defendí. Le ayudé a limpiar con una elegante servilleta de tela, sin dejar de observarle de reojo para ver si estaba muy enfadado. Le noté respirar hondo y con eso su molestia pareció esfumarse en gran parte.
- De yegua – corrigió. – Los caballos no dan leche.
Estuve a punto de responder: "bueno, si dan, pero de otro tipo y por el pito", pero un sexto sentido me dijo que mi humor salido de tono no sería bien apreciado.
- No sé por qué te pones así. En algunos países de tu mundo se bebe leche de yegua. Y en el tuyo no hace tanto se tomaba leche de burra. Es más, creo que aún hay quien lo hace – me dijo. - Dado que no comemos carne, no tenía mucho sentido tener vacas. Hace años importamos los caballos y los burros porque como medio de transporte o de carga tienen cierta utilidad cuando no podemos o queremos utilizar naves en tierra. Pero no vimos el propósito de traer vacas, solo para ordeñarlas. Te podría haber dado leche autóctona de kyak, pero eso sí que te habría dado asco, son animales que no conoces.
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Heterocromía
General FictionRocco siempre ha sido un chico muy sensible y empático con las emociones ajenas. Su vida está a punto de dar un giro radical, cuando conozca a su padre y los secretos que oculta. ¿Será que, después de todo, hay algo especial en él, además de sus...