CAPÍTULO 20: La intrusa

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Las puertas exteriores se abrieron y fueron las culpables de que me despertara. En realidad, era un mecanismo bastante silencioso, pero mi cuerpo reaccionó solo, como si se supiera vulnerable o quizá notando la ligera brisa que entró por el hueco. No fue lo único que se introdujo, ya que la responsable de que las puertas se hubieran abierto caminó por la estancia hasta llegar al pequeño cuartito en el que yo estaba, tumbado sobre la cama.

- ¿Ari? – escuché la voz de Koran, pero no le podía ver. Tal vez estaba detrás de mí, ahí era donde le había dejado.

- Deberías bloquear la habitación, cualquiera podría entrar mientras dormís – recomendó la pequeña.

"Sí, cualquiera, como tú" pensé, pero en lugar de decir nada, solté un bostezo.

- Tienes razón – respondió Koran con una sonrisa. – Lo suelo hacer por las noches, pero no durante el día. La gente tiende a pensárselo antes de irrumpir sin anunciarse en las habitaciones del príncipe.

Si Ari lo interpretó como una crítica no dio muestras de ello. Me pregunté cuándo había desbloqueado las puertas porque, de hecho, sí que las había cerrado antes de hablar conmigo para evitar que me escapara.

"Hablar, qué bonito eufemismo" me respondí a mí mismo. "Yo no recuerdo que fuera exactamente una conversación".

Aunque, si era sincero, me lo había imaginado peor. Después de saber cuáles eran los métodos de Koran, y especialmente después de cagarla, había construido un montón de situaciones imaginarias. En las peores me asesinaba lenta y dolorosamente y en las mejores me daba una paliza acompañada de gritos y amenazas. En ninguna de las versiones de mi mente se incluían abrazos y palabras de ánimo.

Seguía siendo la versión marciana a un hombre de las cavernas, pero debía reconocer que no había sido un capullo. Fue bastante amable conmigo después, me estuvo haciendo mimos hasta que me dormí. ¿Cuánto había dormido? De verdad que echaba de menos los rayos del sol en el enorme ventanal.

- No vinisteis a cenar – acusó Ari, sacándome de mis pensamientos.

- Rocco no se encontraba bien – explicó Koran. – ¿Viniste a ver cómo estábamos? Eso es muy dulce de tu parte. Gracias, pequeña.

- ¿Estás malito? – preguntó la niña, acercándose más a la cama y subiéndose a ella. Me tocó la frente con la mano. Era bastante mona, la verdad.

- Me siento mejor ahora – respondí, evasivamente, para no tener que dar detalles.

La niña se tumbó a mi lado en la cama como si fuera suya y miró hacia arriba.

- ¿Este es tu cuarto? – quiso saber, observándolo todo con curiosidad.

- De Koran – maticé.

- ¿Por qué no le llamas "papá"? - se extrañó.

- Rocco vivía en otro lugar hasta hace poco y no nos conocíamos – me ayudó Koran. – Me llamará así cuando esté preparado, peque.

Le miré de reojo. ¿Papá? Sí, claro, esa sería la forma lógica de llamarle. Me gustó saber que no me iba a presionar, porque se me hacía raro.

- ¿Vivías solito? – siguió preguntando la niña.

- No... Con mi madre – susurré. Pensé que seguiría indagando al respecto, pero tal vez notó que no quería hablar de ello.

- ¿Por qué llevas un inhibidor? – continuó con el interrogatorio.

HeterocromíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora