CAPÍTULO 24: La promesa

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La habitación se quedó en completo silencio y eso solo contribuyó a que mis últimas palabras cobraran más importancia. ¿Estarían resonando en la cabeza de Koran como resonaban en la mía? ¿Y él por qué estaba tan callado? ¿Estaba planificando la mejor manera de descuartizarme? No, eso implicaba demasiada sangre, seguro que un príncipe era escrupuloso y evitaba carnicerías desagradables que pudieran herir su sofisticada sensibilidad. ¿Estrangulamiento, tal vez?

"A quién pretendes engañar, si ya sabes que solo va a asesinar una parte muy concreta de tu cuerpo" afirmó una voz en mi cabeza. Eso de escuchar voces no podía ser sano, especialmente cuando enviaban mensajes tan lúgubres como aquella.

- Doctora, disculpe a mi hijo – le escuché decir al final, sin apenas abrir la boca, como si tuviera la mandíbula tan apretada que no pudiera moverla con normalidad. – ¿Sería posible que siguiera atendiendo al resto de sus pacientes y nos volviera a recibir dentro de un rato?

La mujer me dedicó una mirada que se me antojó compasiva.

- Lo siento, Alteza, tengo toda la tarde llena de citas. Pero estoy segura de que el joven príncipe se va a comportar y va a permitir que le ponga la última vacuna.

Noté que las mejillas me ardían y agaché la cabeza. Koran gruñó y me agarró con firmeza, en un gesto que interpreté como una clara advertencia.

- Los pinchazos no deberían dolerte, pero eres un mestizo y hace poco has descubierto tus poderes, ¿verdad? – continuó hablando la doctora, como para distraernos. – Aún debes tener hipersensibilidad.

Me dio la sensación de que la última frase era una indirecta hacia Koran, que la captó igual de rápido que yo.

- El miedo a las agujas no justifica su malcriadez – replicó. Sin embargo, vi que se ablandaba un poco. - ¿Te dolió mucho?

Supe que aquella era mi oportunidad de salvarme.

- Muchísimo – le aseguré, con mi mejor expresión de pena.

Koran me dio un abrazo y me acarició la espalda, pero al mismo tiempo me susurró al oído:

- No trates de engañar a un empático. La mayor parte del tiempo puedo detectar las mentiras.

- ¿La mayor parte del tiempo? – me interesé. Información útil para el futuro.

- No trates de engañarme – insistió.

- Pero sí me dolió – protesté, débilmente.

- Por exagerarlo no conseguirás que me olvide de cómo me hablaste. Nos ocuparemos de eso en la habitación – declaró y deshizo el abrazo, pero sin dejar que me alejara demasiado. – Aprieta mi mano – me instruyó y por acto reflejo lo hice. – Está listo, doctora.

Me mordí el labio e intenté no mirar la aguja. Koran frotó mi cuello con su mano libre, en un masaje relajante.

- Tranquilo, ya casi está.

Cerré los ojos y mi respiración comenzó a acelerarse. El pinchazo nunca llegó, pero noté que la doctora se alejaba.

- Tranquilo, Rocco – repitió Koran, en un tono más apremiante. – Tranquilo, pequeño. No pasa nada.

La preocupación en su voz llamó mi atención y me animé a abrir los ojos, para ver qué estaba pasando. La jeringuilla flotaba sola en el aire, apuntando hacia la mujer que la había estado empuñando segundos antes. Solté un grito y la jeringuilla cayó al suelo. La doctora suspiró audiblemente.

HeterocromíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora