Todavía podía sentir cómo se estremecía la piel de mi frente ante el recuerdo del extraño contacto. Koran me había dado un beso para después hacerme una serie de advertencias que no sabía cómo tomarme. Lo que sí tenía claro es que había hablado total y completamente en serio. Acababa de conocerle, pero ya intuía que era un hombre al que nadie le apetecería poner a prueba.
- ¿Mis ojos pueden cambiar de color mientras lleve el inhibidor? – pregunté, para desviar el tema, aunque a decir verdad llevábamos un buen rato en silencio.
- Sí.
Él también pareció agradecido de dejar aquella conversación. Había vuelto a retraerme en el sofá después de su pequeño sermón, mientras que Koran se había quedado contemplando la absoluta nada a través de la ventana. Como dudo mucho que el intenso negro del espacio exterior fuera una visión entretenida para nadie, deduje que era su forma de darme tiempo para enfadarme y desenfadarme por su declaración de intenciones.
- ¿Todos los... okranianos... pueden hacer eso?
- ¿Cambiar sus ojos? No, solo los empáticos. No es el don más común, pero tampoco somos los únicos que lo tenemos.
Un timbre algo estridente resonó de fondo. No parecía una señal alarmante y Koran apenas reaccionó.
- Debemos ir al comedor – anunció.
- ¿Cuántos dijiste que había aquí? ¿Quinientas mil personas? ¿Y comen todas juntas? – cuestioné.
- No, hay un comedor en cada sección.
Me levanté lentamente y me apreté el brazo, inseguro. Aún así habría muchas personas. Corrección, muchos extraterrestres. Y yo era el recién llegado. Ni siquiera quería pensar en que era el hijo de un príncipe o algo así. ¿Tendría que hacer algo especial? Se me daban fatal los protocolos. Ni siquiera sabía ponerme bien una corbata, todavía.
Eso me hizo reparar en algo: mi aspecto era más que lamentable. El temblor de mi casa había provocado mucho polvo y no sé bien cómo mi camiseta había terminado con algunos agujeros. Por los cristales, seguramente. El milagro era que no me hubiera cortado yo solito en pedazos.
- Mi ropa está sucia y rota por algunos sitios y hace tres días que no me ducho – murmuré, sintiéndome de pronto muy abochornado.
- Uf, menos mal, pensé que ese era tu olor natural – se burló. Le miré con indignación, pero esbozó una sonrisa amigable y fue contagiosa. – Ha sido todo tan rápido, que no le presté atención a eso, tienes razón. En realidad, no he tenido ocasión de planear esto bien. Ayer por la noche no sabía que tenía un hijo – admitió y me dije que nada de aquello era sencillo para él tampoco.
No podía olvidar las circunstancias en las que se había enterado de mi existencia. Y aún así había ido a por mí. ¿Qué significaba eso para él? ¿Habría un conflicto con sus padres?
El conflicto empezó en el momento en el que decidieron acabar conmigo.
- Creo que tienes tiempo para una ducha rápida – continuó. Apretó unos botones en la pared y esta se deslizó, dando lugar a un cubículo estrecho y pequeño. – Tendré ropa limpia para cuando salgas.
- No pienso meterme ahí – me negué. Era un espacio minúsculo y estaba oscuro.
Koran asomó la cabeza, intentando ver qué estaba mal.
- Es parecido a las duchas de la Tierra – me dijo. – Te enseñaré cómo funciona...
Se metió dentro y entonces las luces se encendieron solas, haciendo que el hueco pareciera más acogedor de pronto. Era básicamente un plato de ducha con el espacio justo para que una persona pudiera moverse dentro.
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Heterocromía
General FictionRocco siempre ha sido un chico muy sensible y empático con las emociones ajenas. Su vida está a punto de dar un giro radical, cuando conozca a su padre y los secretos que oculta. ¿Será que, después de todo, hay algo especial en él, además de sus...