Hubiera querido dormirme después de aquella ola de llanto. Mi organismo seguramente lo necesitara, pues no me había ocupado de darle el sueño ni los cuidados que precisaba. No estaba seguro de si llevaba uno o dos días sin comer. Las últimas horas se confundían en mi mente y no tenía muy claro el orden de los acontecimientos. Solo sabía tres cosas:
1. Mamá estaba muerta
2. Mi casa estaba destrozada
3. Ya no estaba en mi salón
Esta última certeza fue cobrando importancia a medida que mis sollozos se hacían más pausados. ¿Dónde estaba? Apenas podía distinguir nada en aquella habitación, porque no había luz. Veía un sofá y lo que parecía una mesa.
Y estaba él.
No me había soltado desde que empecé a llorar. Al principio mi estado alterado no me permitía ser consciente de lo extraño de la situación. Su cuerpo fue el sostén que necesitaba. Pero después reparé en lo insólito que era abrazarse así a un desconocido, por más vínculo sanguíneo que hubiera. No me separé, sin embargo y él tampoco. En algún momento se cansó de intentar consolarme verbalmente y empezó a frotar mi espalda. Eso hizo algo de efecto y creo que ayudó a calmarme.
- ¿Mejor? – le escuché susurrar. Quise responder que sí, pero lo único que salió de mis labios fue un sonido rasposo. - Te prepararé un té caliente – me dijo. – Te vendrá bien para la garganta.
No me gustaba el té, pero no perdí el tempo en decírselo. Sentía que todo me daba igual y, de todas formas, seguramente sí me fuera a ayudar. Tenía la garganta seca y era probable que estuviera algo deshidratado después de llorar más de lo que pensé que una persona podía llorar en un solo día.
Al ver que no me oponía, aunque tampoco lo aceptara abiertamente, el hombre se separó de mí con gentileza, obligándome a ponerme de pie en el proceso. Me sentó en el sofá y yo me dejé manejar como una marioneta.
- Sistema: luces – exclamó.
Ante su comando, la habitación se iluminó. Debía reconocer que eso fue bastante chulo.
La estancia en la que me encontraba era poco común. Predominaban el color gris y el azul y las paredes parecían de metal. Había un pequeño cuarto anexo con una cama y un enorme ventanal negro. Por alguna razón, el diseño del espacio me recordaba un poco a Star Wars y a otras películas similares.
Una voz impersonal, como la de las grabaciones de los supermercados, respondió:
- Luces encendidas.
Intenté buscar un altavoz o un mecanismo, pero debía de estar muy bien camuflado. Mientras yo me distraía con esto, el hombre se alejó un par de pasos e instintivamente estiré la mano para agarrarle del jersey.
- Tranquilo – me dijo. – Voy a por el té.
Me odié a mi mismo por la reacción infantil que había tenido. Pero no quería estar solo. Aunque más me valía acostumbrarme, así iba a ser a partir de entonces.
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Heterocromía
Genel KurguRocco siempre ha sido un chico muy sensible y empático con las emociones ajenas. Su vida está a punto de dar un giro radical, cuando conozca a su padre y los secretos que oculta. ¿Será que, después de todo, hay algo especial en él, además de sus...