CAPÍTULO 4: La despedida

3.7K 237 68
                                    

Tras aquella discusión, permanecí en mi cuarto durante horas. Pensé que mamá entraría en algún momento para intentar hablar conmigo, pero me dejó mi espacio y eso era lo mejor que podía hacer. Después de dar un par de golpes contra mi almohada y de escuchar música a todo volumen con los cascos, estaba de humor para ver una serie, lo que significaba que también estaba en situación de tener pensamientos racionales.

Mis ojos cambiaban de color. No era un cambio sutil y dudaba que tuviera una explicación científica sencilla: se habían vuelto rojos y morados. Eso me asustaba y tenía ganas de que mi madre me consolara y me diera un abrazo, pero no podía ir a pedírselo porque estaba enfadado con ella. En varias ocasiones estuve a punto de dejar mi enfado de lado e ir a buscarla, pero es que tenía motivos para estar molesto. Mi padre había preguntado por mí hacía solo cinco años y ella no había respondido.

Tenía que concederle que los términos que ese hombre había impuesto eran más que extraños. Después de tanto tiempo, un trozo de papel debajo de la puerta y una exigencia con respecto al tiempo y al lugar del encuentro no era lo más adecuado. Y encima había dicho que no podía hablar conmigo. ¿Para qué venía, entonces, para saber que tenía descendencia y ya?

Cuanto más lo pensaba, más me daba cuenta de que tenía que dirigir mi furia hacia él en lugar de hacia mi madre. Al fin y al cabo, ella se había quedado conmigo. Diecisiete años, sin trabajo, el broncazo de su vida por parte de sus padres, que fue el inicio del fin de su relación, y el padre del niño literalmente se desvanecía en el aire. Cualquier otra me habría dado en adopción, como mínimo. Siempre había admirado a mi madre por criarme solo y su confesión me daba más motivos, pues el tipo que la había dejado embarazada parecía salido de un episodio de Expediente X.

Más calmado y dispuesto a seguir la conversación que habíamos empezado, salí de mi cuarto y fui al salón, pero mamá no estaba allí. La encontré en su habitación, metida en la cama. Era difícil decir si estaba dormida. Estaba muy incorporada, apoyada en el cabecero, pero tenía los ojos cerrados. Su pecho subía y bajaba trabajosamente, como si le costase mucho respirar.

- ¿Mamá? – pregunté, muy bajito. Sus ojos se abrieron. - ¿Te encuentras bien?

Ella intentó sonreír y asintió. Me acerqué y me hice un hueco en la cama junto a ella.

- No deberías... – me dijo. - Te puedes contagiar.

La ignoré y me acomodé a su lado.

- ¿Así que te has estado callando que soy un mutante durante diecisiete años? – pregunté, para aligerar la tensión.

- No eres un mutante.

- Eso no lo sabes – repliqué. – Algo raro hay, eso es evidente.

- Por eso tenemos que intentar... buscar a tu padre – respondió, haciendo una parada para coger aire.

Bajé la cabeza para darle un beso. Estaba muy caliente.

- Hablaremos de eso cuando te encuentres mejor.

Pero mamá no se encontró mejor durante los días siguientes. Perdió el apetito y cada vez le costaba más respirar. El paracetamol apenas le bajaba la fiebre, a las dos horas de tomárselo volvía a estar ardiendo.

Llamé infinidad de veces al número del coronavirus. Algunas no me lo cogían y cuando lo hacían intentaban tranquilizarme con palabras que sonaban vacías. Prometieron llamar todos los días para hacerle un seguimiento y no dejaban de repetirme que mi madre, joven y sin antecedentes médicos, no era un grupo de riesgo. ¡¡Eso ya lo sabía, pero ella no se encontraba bien!!

Mis ojos cambiaron de color una vez más. Fue más sutil, adquirieron un tono grisáceo, o marrón desvaído. No era un color tan llamativo como los anteriores, pero no era mi color habitual. Tampoco era normal que mis dos ojos fueran del mismo color. Lo que para otros era corriente, a mí se me hacía extraño, porque no era la imagen que solía ver al mirarme al espejo.

HeterocromíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora