Alguien susurraba en la habitación. Al principio no entendía las palabras ni distinguía las voces, pero luego me fui espabilando y comprendí que Koran estaba hablando con el sistema.
- ...Sí, eso lo haremos por la tarde, o mañana. Espero que no se ponga difícil. ¿Está listo el registrador, entonces? Dale las gracias por acceder a atendernos en privado.
- El príncipe Rocco se ha despertado.
- Oh. Buenos días, hijo – me saludó, caminando hacia mí.
"Hijo". Recién empezaba el día y ya tenía el estómago encogido. No era una mala sensación, solo que me seguía sorprendiendo la naturalidad con la que decía esa palabra.
Abrí los ojos.
- Hola.
- Has dormido mucho – anunció, jovialmente, como si se sintiera satisfecho por ello. – Acabó de pedir el desayuno. ¿Por qué no te vistes mientras lo traen? Nos están esperando.
- ¿Quién? – me extrañé. - ¿Para qué?
- Tenemos que arreglar tus papeles – me explicó.
- ¿Y podremos hacerlo en un solo día? – indagué.
- Sí, ¿por qué no?
- No sé, estas cosas tardan siglos en mi mundo.
"Claro que, si eres de la realeza, todo va más rápido, en cualquier país y en cualquier planeta" pensé. Con el paso de las horas iba asimilando que tenía sangre real. Era tan absurdo que casi parecía un chiste.
- Nos llevará toda la mañana – aclaró. – También deben implantarte el chip.
Me llevé la mano a la muñeca en un acto reflejo, como para protegerla de posibles ataques. La idea de que introdujeran un objeto, por pequeño que fuera, debajo de la piel no me agradaba.
- Tranquilo, no te dolerá – me prometió. – Anda, ve a bañarte. Ya sabes cuál es tu armario.
Asentí y cogí mi ropa nueva de donde la había guardado el día anterior. Apreté un botón y se abrió uno de los infinitos armarios de aquella habitación. Eran demasiados, pero supuse que en una vida de casi nueve siglos uno llega a acumular muchos recuerdos y muchos trastos. Saqué mis cosas y me fui al baño.
Me asaltó una sensación de pertenencia. Aún no sentía ese lugar como "mío", pero ya no me resultaba extraño aquel cubículo. Sabía moverme por él y cómo funcionaban las cosas, aunque seguro que me faltaba por descubrir la función de algún botón. Era casi como si fuera un invitado, solo que no me iba a quedar allí por unos pocos días, sino... por más tiempo. Recordé que Koran había dicho algo de mudarnos a otra habitación, con más espacio. Sería genial tener un cuarto solo para mí, pero, si era sincero, su presencia no me molestaba. Había dormido bastante bien con él a mi lado. Tenía el vago recuerdo de haberle abrazado mientras dormía, pero debían de ser meras imaginaciones. Me negaba a ser tan patético.
Para cuando acabé de bañarme, vestirme y fingir que me peinaba, ya había llegado el desayuno. Koran recordaba mi reacción ante la leche de yegua, así que se había limitado a pedirme un zumo y unos huevos. Casi se me saltaron las lágrimas ante la visión de la yema doradita y perfecta, primera señal de algo grasiento que veía en aquel mundo.
- Despacio, Rocco. Nadie te lo va a quitar – me dijo Koran, al ver que, más que comer, engullía.
- Soy un adolescente, mi cuerpo necesita comida basura para sobrevivir – declaré. – Si no voy a poder comer carne, pienso atiborrarme de huevos, aunque me los tenga que inyectar en vena.
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Heterocromía
Aktuelle LiteraturRocco siempre ha sido un chico muy sensible y empático con las emociones ajenas. Su vida está a punto de dar un giro radical, cuando conozca a su padre y los secretos que oculta. ¿Será que, después de todo, hay algo especial en él, además de sus...