CAPÍTULO 26: El acólito

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Todo había sucedido muy rápido. Me había acercado a ese chico contagiado de sus propias emociones, empatizando con su desprecio, pero cualquier intento de hablar con él había sido en vano, porque no sabía manejar los mandos del traje que llevaba y no logré conectar el micrófono en la frecuencia correcta. Debí de resultar una visión muy cómica, moviendo la boca y los brazos con total indignación, pero sin emitir ningún sonido. En el vacío, las ondas no pueden propagarse, porque no hay medio material. No hay aire.

Koran, sin embargo, sí podía escucharme a través de su propio traje y por eso se acercó a nosotros, al entender que estábamos discutiendo. Llegó justo a tiempo para liberarme de aquel psicópata, que había llevado las manos a mi cuello como si pretendiera estrangularme. El grosor y la robustez del traje no le permitieron hacerme daño, pero me dio mucha impresión, especialmente porque mi "séptimo sentido", mi superpoder para percibir sentimientos ajenos, me hizo ver hasta qué punto ese tipo me odiaba.

- ¡Basta! ¡Suéltale ahora mismo! – ordenó Koran.

- ¡Impuro! ¡No puedes estar aquí! – gritó el chico, enajenado, forcejeando para alcanzarme.

- ¡Aléjate de él!

Los segundos siguientes fueron bastante confusos, pero noté un tirón en el cable y nos vimos arrastrados de vuelta a la nave. Creo que Koran le había dado algún tipo de aviso al instructor.

- ¿Estás bien? – me preguntó.

- Sí... No sé qué le pasa. Si no me conoce de nada.

Koran no me respondió en ese momento, pero intuí que él sí sabía a qué había venido aquel ataque. También noté que enviaba olas de calma en mi dirección, pero no me opuse. Era más agradable que captar el odio de aquel chico.

Cuando todo el mundo regresó a la nave, las puertas exteriores se cerraron. Había muchos ruidos extraños a mi alrededor: chasquidos de los mecanismos, pitidos con indicaciones que no sabía interpretar... Intenté quitarme el casco, pero Koran me sujetó las manos.

- Todavía no – me indicó. – Deja que tu cuerpo se acostumbre a la gravedad de nuevo.

- En la nave no debería haber gravedad, ¿no? – se me ocurrió de pronto.

- Te sorprendería lo que una buena tecnología puede conseguir. Los astronautas de la Tierra están en ello. Todo les será mucho más fácil cuando no tengan que preocuparse de que sus... esto... fluidos corporales... empiecen a flotar.

- Puaj. Gracias por la imagen mental.

Koran sonrió y me ayudó a quitarme el traje antes de sacarse el suyo. Sus movimientos eran suaves y calmados, pero empezaba a conocer su lenguaje gestual y estaba tenso. Sin embargo, esa tensión no se percibía en sus emociones, ya que solo me llegaban emisiones de tranquilidad. Me pregunté cómo haría eso, cómo podía sentir una cosa y transmitir otra con sus poderes. Me sería muy útil aprender a hacerlo.

- Le debes una disculpa a mi hijo – enunció, de pronto, sin mirar a nadie en concreto.

El chico que me había atacado se estaba quitando el traje y cuchicheando con su padre, pero lo escuchó perfectamente.

- Ese no es vuestro hijo, Alteza. Es un mestizo – respondió, con arrogancia.

Los ojos de Koran se volvieron rojos, dio un paso hacia delante y yo le agarré del brazo, por instinto, porque temí que montara una escena. Un príncipe no debía estarse peleando, ¿no? Y menos con adolescentes. Todavía no sabía mucho de protocolos, pero eso me parecía básico.

HeterocromíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora