CAPÍTULO 42: Las cuevas malditas

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- KORANS'S POV –

El nombre, tétrico como era, no las hacía justicia. Las Cuevas Malditas eran un vestigio de los tiempos antiguos, en los que las leyes eran más duras y la justicia más implacable. Eran prisiones directamente excavadas sobre la roca, que quedaron oficialmente en desuso mucho antes de que yo naciera.

Extraoficialmente, sin embargo, todavía albergaban a algunas personas.

Todas las monarquías tienen sus secretos y mi familia no era una excepción. Tal vez no era lo más ético, ni lo más adecuado, pero la operatividad clandestina de esas prisiones era necesaria. Cuando cuestioné la moralidad de conservar una prisión al margen de la ley, me silenciaron con una explicación irrebatible: ¿dónde retienes a un criminal con la habilidad de resistirse al control de un inhibidor? Después de quinientos años encarcelados, algunos prisioneros desarrollaban la capacidad de no verse afectados por los inhibidores. Y eso podía llegar a ser muy peligroso, cuando el don especial de una persona te puede matar de varias formas diferentes.

Así pues, cuando eso sucedía, cuando un preso daba signos de estar desarrollando inmunidad -algo que, afortunadamente, no sucedía con frecuencia- se le trasladaba a las Cuevas Malditas, también conocidas como las Minas de la Piedra Negra que, eran el material del que estaban hechos todos los inhibidores. La Piedra Negra en su estado natural tiene un efecto mil veces mayor que cualquier inhibidor y además provoca cierto aturdimiento, como un mareo constante que no se va nunca. Mantener a una persona en una constante situación de nauseas no es exactamente lo más humanitario y por eso guardábamos la funcionalidad de aquellas prisiones en secreto.

No era algo de lo que me sintiera orgulloso, pero ofrecía una solución para un problema que había costado muchas vidas en el pasado.

En cualquier caso, era el lugar más lógico para encerrar a mis hermanos y tirar la llave. Tiempo atrás jamás habría considerado a mis padres capaces de algo así, pero habían cruzado tantas líneas que ya nada podía sorprenderme.

Localizadas en un paraje remoto, las Cuevas Malditas constituían el único lugar de Okran con la entrada prohibida para el público general. Curiosamente la casa de Igor no estaba demasiado lejos. ¿Tal vez le habían asignado un puesto de vigía en las Cuevas antes de enviarle a la nave, bajo mi servicio? Lo dudaba, era demasiado joven. Ese puesto solía darse a gente con más experiencia.

Al relacionar a Igor con las Cuevas Malditas, algo comenzó a resonar en mi cerebro, como una información almacenada en algún lugar remoto que quería salir a la superficie.

El recuerdo me golpeó como una brisa helada después de un baño caliente.

El último preso que, a mi conocimiento, había sido enviado a las Cuevas, casi cien años atrás, había sido un pirómano. Un hombre con la capacidad de crear fuego a voluntad... y la adicción a hacerlo. Había provocado un incendio en el Planeta Vacío, el hogar de los dinosaurios. Había sido un desastre ecológico y humano. Habían muerto dos personas y tres pequeñas crías de branquiosaurio. Si no se le condenó a muerte, fue porque el hombre tenía diez hijos, y nuestras leyes impedían aplicar la pena capital a padres de familia. Un acto de clemencia para no condenar a ningún niño a ver morir a su padre.

El hombre, sin embargo, tenía un oficio muy curioso. Era fabricante de inhibidores, por lo que había desarrollado, años atrás, inmunidad a su efecto. Fue trasladado a las Cuevas inmediatamente después de su condena, la que aún tenía que estar cumpliendo.

Igor era hijo de aquel hombre, la imagen estaba clara ahora. Un muchacho de treinta y cinco años, llorando el día del juicio, abrazado a sus hermanos y a su madre, que por aquel entonces estaba muy enferma. El mismo muchacho, días después, asaltando el palacio, clamando venganza. ¿Cómo había podido olvidarlo? Su don era bastante memorable. Él y sus dobles les dieron trabajo a nuestros guardias.

HeterocromíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora