CAPÍTULO 18: El castigo

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Apenas había terminado de enviar el documento cuando escuché pasos que se iban acercando.

- ¡Allí está! – gritó alguien.

De pronto, varios soldados me rodearon. Koran salió de entre ellos y me asfixió en un abrazo realmente apretado.

- ¡Rocco! ¡Estaba tan preocupado! No tenías que haber salido corriendo así... Las cámaras me dijeron dónde estabas, pero el ascensor dejó de funcionar; al parecer alguien apretó demasiados botones y se bloqueó automáticamente. Vine lo más rápido que pude.

Se separó un poco para mirarme.

- Siento haberte asustado – me dijo, acariciando mi cara con una mezcla de alivio y nervios. – Nunca huyas de mí, pequeño. Jamás te haría daño. No debería haberte hablado así, sé que no estás acostumbrado. Pero hiciste una tontería y estaba enfadado – explicó, y volvió a abrazarme, posesivamente, como protegiéndome de un peligro invisible. - No confundas un regaño con un ataque, ¿bueno? Cuando te eche la bronca te la aguantas como un buen chico sabiendo que nunca, nunca, haría algo para lastimarte.

"Permíteme que discrepe, si me golpeas me harás daño" pensé, pero no lo dije en voz alta. Sabía a lo que se refería, más o menos, aunque no estaba seguro de estar de acuerdo con él.

- Gracias a todos por ayudarme – añadió, mirando a los soldados. Solo entonces recordé que teníamos compañía e intenté ponerme a una distancia más normal, pero Koran no permitió que me alejara. – Lamento haberos molestado – les dijo, a modo de despedida.

- No es molestia, Alteza.

- Para lo que necesite.

Los soldados hicieron el saludo con el brazo en el pecho al que ya me empezaba a habituar y se marcharon.

- Última vez que me haces esto, ¿eh? – me advirtió Koran. – Y si te llamo por el brazalete, tienes que responder. Aunque sea para decirme que estás bien y a dónde vas y que quieres estar solo.

- Va-vale – hablé por fin, sintiéndome algo culpable porque se le veía genuinamente preocupado y yo en cambio acababa de desobedecer una instrucción muy clara.

- No quiero que lo tomes como una amenaza, pero hablo en serio. Última vez.

No necesitaba preguntar qué pasaría si volvía a hacerlo, había comprendido a la perfección qué clase de castigos podía esperar.

- Regresemos a la habitación. Aún tienes que guardar algunas de las cosas que compramos, aunque veo que lo que más éxito tuvo fue el brazalete...

Antes de que le pudiera responder, Koran me agarró más fuerte que antes y me puso tras su espalda, en un claro gesto protector. Asomé la cabeza por su costado y así pude ver cómo un grupo algo numeroso de personas, pero liderado por una mujer, se nos acercaba.

- El Tribunal – susurró Koran.

La mujer esperó a estar frente a nosotros para saludar:

- Alteza. Se ha apelado al Código de Honor.

- Se trata de un error. Fue mi hijo, pero ya lo hemos aclarado. Su solicitud no es válida, es menor de edad.

- Hay una segunda apelación – explicó la mujer. – De un mestizo que no consta en nuestra base de datos, pero al rastrear su procedencia nos ha llevado hasta aquí.

Koran tardó unos segundos en procesar la información. Después, lentamente, se giró para mirarme y yo no pude hacer más que tragar saliva. ¿Dónde quedó la exasperante burocracia lenta, que tardaba días en procesarlo todo? Ah, sí, en la Tierra.

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