9."Jessica y Euclides"

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Nerea
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—Nerea, ¿se puede saber que estamos haciendo? —Brandon me miró asombrado—. Tengo un compromiso en media hora.

Yo seguía sin contestar.

—¿Por qué en la mesa hay cactus, inciensos... —indagó mientras observaba la escena que tenía enfrente—. Y eso, ¿qué es? ¿Una vela a las dos de la tarde?

Nos encontrábamos sentados en la mesa del comedor.

—¿Te has unido a una secta, y no me he enterado?

—Vale, voy hablar —respondí finalmente soltando el aire retenido en mis pulmones.

La situación era extraña. Después de lo sucedido con Alexandre, estaba paranoica y nerviosa.

Era fiel creyente de las energías. Los cactus absorbían las vibras negativas. Los inciensos ayudaban a despejar la mente, y la vela era aromática, el olor a canela me relajaba.

Soy el núcleo de la exageración, lo sé.

—Brandon, necesito un consejo tuyo.

Me observó más escandalizado que una monja en una discoteca e inmediatamente estalló en una incontrolable risa que hizo que propinara un brinco en mi asiento.

—Estás bromista hoy.

Continuaba riéndose como si su vida dependiese de eso. Después de varios segundos, notó mi expresión facial inmóvil y se percató de que no era una broma.

—Espera, ¿es en serio? ¿Tú quieres un consejo? —Se auto señaló con su dedo índice—. ¿De mí?

—Cuando acabes con el drama, me avisas. —Le informé mientras me acomodaba en el asiento barnizado.

Ya me estaba impacientando.

—Lo dice la que ha montado todo este paripé —alegó con ironía y señaló todo lo que había en la mesa.

Vale. En esta situación a nivel de drama, ganaba yo.

—¿Quién eres, y que has hecho con Nerea?

La sorpresa por su parte era justificable. Yo he sido todo lo opuesto a él. Estudiosa, centrada, ordenada. Casi siempre, quién pedía los consejos era él, no yo.

—Hablaremos en serio, ¿o no?

—Así que necesitas un consejo mío. ¡Sabía que este día llegaría! —Relajó su postura y abrió un paquete de Cheetos en señal de satisfacción—. Tú dirás, hermanita.

¿Cómo le explicaba lo que pasaba, sin decirle que era yo la que estaba en esa situación?

Tenía la insana manía de no querer arrastrar a nadie a mis problemas.

—Estoy leyendo un libro...

—¡Qué sorpresa! —vociferó abriendo los ojos como platos. Se olía el sarcasmo en sus palabras. No era nuevo que estuviese leyendo un libro. Para mí, la lectura era la mejor forma de que escapase el alma—. Ya, perdona. Continúa.

Desordenas mi vida [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora