7."Mereces que te bese hasta dejarte sin labios"

398 251 91
                                    

Alex
~•~•[•••]•~•~

Esto tenía que ser una broma. ¿Dónde estaban las jodidas cámaras?

De todas las mujeres que hay, tuve que besar precisamente a la novia de mi amigo.

—Alexandre, ¿qué le pasó? —Me preguntó Derek.

Yo no sabía que hacer.

—¿Alexandre? ¿C-Cómo qué Alexandre? —Estaba nerviosa. Ya le empezaba a titubear la mandíbula.

Era la novia de Derek.

Minutos antes...

Dicen por ahí que quien atacaba primero, atacaba dos veces, y aunque esto no era una guerra, tenía que admitir que se había convertido en algo personal.

A mí el daño del auto me daba igual. Yo tenía dinero de sobra para arreglarlo, como para comprarme uno nuevo. Eran las ventajas de ser el hijo de uno de los hombres más ricos de esta isla.

Pero eso le quitaría lo divertido a esta situación. De alguna manera me excitaba bajarle los humos a esa niña, y ya tenía planeado como hacerlo. Solo tenía que rezar para que los astros se alineen de nuevo, y la fastidiosa se volviera a cruzar en mi camino.

Hasta que eso sucediera, tenía que esperar pacientemente como un leopardo a la caza de una gacela.

—¡Alex, hijo mío, qué bueno que llegas!

Me recibió mi madre extendiendo las manos, como si hubiese llegado uno de los Vizcondes de Bearne.

Aunque esta cena no estaba en mis planes, no podía negarme a esta petición de Sophie Hilton porque probablemente se desataría la tercera guerra mundial.

—Madre, qué guapa estás. —Deposité un casto beso en su mejilla maquillada.

Mi madre poseía una singular belleza, era refinada, culta, de buenos sentimientos. Admirada por muchos, y temida por otros.

—Gracias, hijo. Toma asiento. Buscaré a tu padre que se encuentra en el despacho fumándose un habano.

Abraham Hilton y sus habanos.

Recorrí con esmero la sala de estar. Viejos recuerdos de infancia inundaron mi mente. Me detuve en la ventana, y con notable esfuerzo visual divisé a una chica cerca de la fuente de agua. Daba vueltas en su propio eje como una mariposa en pleno equinoccio primaveral.

Observaba cada detalle del jardín, parecía una niña a la que habían llevado por primera vez a una juguetería.

¿Quién era?

Ese contoneo de cadera y la larga cabellera castaña me resultaban familiares. No pude resistir la curiosidad que me carcomía, y me acerqué silenciosamente a ella. En un giro inesperado colisionó contra mi pecho y ahí pude ver esos ojos brillantes. Parecía que toda la miel de este mundo fue empleada para su fabricación.

Un momento, un momento. ¿Qué estás pensado, Alexandre?

¡Qué miel, ni que miel! ¡Pero si era la loca!

Desordenas mi vida [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora