25."Debía alejarme de Alexandre Hilton"

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Nerea
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Las raíces se ocultaron. Presioné fuertemente la tierra con la pala del jardín, sellando la novena planta que sembré esta tarde. Imaginé las manos de Alex envolviendo el cabello rojo de Charlotte y mi sangre sulfuró.

—Mal...di...ta... —vociferé pegándole a la tierra con cada sílaba—, sea.

—¡Hey! —La voz de Brandon se acercó a mi posición de repente—. La tierra no tiene la culpa, ¿qué ocurre?

Brandon arrebató la pala de mi mano, juzgándome con la mirada. El jardín de la casa estaba removido por las horas de trabajo que le dediqué desde que salí de la universidad.

—Brandon, devuélveme la pala.

—No. ¿Ya viste cómo estás? —Señaló mi atuendo rústico.

Mis jeans desgastados y mi camiseta a cuadros holgaban en mi cuerpo. Un pañuelo gigante acomodó mi cabello de forma desorganizada, parecía una auténtica recolectora de café.

—No seas exagerado, no me veo tan mal.

—Díselo a la tierra que tienes en tu cara. —Sacudió mis mejillas—. Ven, vamos a sentarnos.

Me dirigió a la escalera principal del portal y hurtamos como asientos los escalones, observando la solitaria calle.

Esta sección de la isla gozaba de tranquilidad. Al contario de las zonas principales, que cargaban decenas de turistas hambrientos de carne asada y cultura tropical.

—Cuéntale al musculoso Brandon que te sucede.

Lo miré descaradamente.

Si le abriera el cerebro a mi hermano, encontraría a las neuronas en bikini tumbadas en hamacas bebiendo agua de coco. En ocasiones, envidiaba su capacidad para vivir tan relajadamente, haciendo chistes innecesarios y pasando de la gente fastidiosa. Sin duda viviría hasta los ciento veinte años.

—No me gusta esta isla —confesé—, extraño nuestra vida en Seattle.

Nací en una preciosa localidad de Seattle donde sin duda la vida era menos complicada; sin malditas temperaturas de 40°C grados que derretía la máscara de pestañas, gaviotas molestas que hacían popó en tu ropa, ni fastidiosos Alexandres hipnotizadores de pecados.

—A ver si entiendo. Tú lo que quieres es regresar a tu burbuja monótona y planificada en Seattle donde tenías todo bajo control como una jodida zona militar y escuchar la música horrorosa de ese tal Vovaldo. Es eso, ¿no?

Estallé en una risa inesperada por la confesión de Brandon.

—Primero, se dice Vivaldi y sus sonetos son arte. —Encaró la ceja derecha—. Además, mi vida no era así como la describes.

—¡Tienes razón! Me faltó decir que para ti sacar una mala nota es sinónimo de muerte y que ir a una fiesta es reunirse con Úrsula y Jacob a ver la saga de Crepúsculo hasta la una de la mañana.

Úrsula y Jacob son mis mejores amigos. Los tres nos conocíamos desde esa época donde usar pañales y gorros con conejos saltarines era nuestro outfit a la moda.

Desordenas mi vida [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora