Rory| "La soledad era fría, es cierto, pero también era tranquila, maravillosamente tranquila y grande, como el tranquilo frio en el que se mueven las estrellas y ella era esa luz explotando a la distancia, dándole calidez a su helada soledad"
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Rory había dejado la paz negra que la tenia envuelta en su suave manto, trayéndola de vuelta al mundo lleno de dolor que la aguardaba, esperando en una esquina, paciente a que volviera a donde pertenecía, apenas lo hizo, sintió todo otra vez con mayor intensidad, la tierra debajo de su cuerpo, la sangre en su boca, en su nariz, jamás podrá quitarse el olor a fierro, sus oídos vibraban y su mente no dejaba de repasar lo ocurrido una y otra vez, haciendo que la culpa en su interior la empezara a corroer como una babosa negra, reptando por su piel, introduciéndose en su corazón, contaminándola con su oscuridad y desesperanza.
Susurrándole la verdad: ella era una asesina.
Se mancho las manos de la sangre de sus compañeros, ella no merecía ser una especialista, ni siquiera merecía pertenecer al otro mundo luego de lo que hizo, luego de herir a las personas que se supone debía ayudar, después de lastimar a su padre y ver la mirada de horror en sus ojos azules, una mirada que nunca se sacara de la cabeza.
Trato de moverse, pero el cuerpo entero le punzo y un grito apenas audible salió de su garganta destrozada, lastimándola aun mas de lo que estaba, sus lágrimas de desesperación baja de sus ojos, pintándose de rojo carmesí mientras descendía por su piel manchada de recuerdos, memoria y el liquido vital de las personas a las que había destrozado.
—todo estará bien—murmura su padre a su lado, su cabeza estaba recargada en su regazo, alzo la vista, parpadeando un par de veces, notando los ojos de su progenitor manchados de negro, los suyos debían estar iguales—todo estará bien—repite otra vez y Rory asiente muy levemente con la cabeza.
Si se repetía esas palabras lo suficiente, tal vez se harían realidad y todo estará bien, ella no podía morir ahí ¿verdad? Su padre no podía morir ahí, ese no era su gran destino, el propósito de su vida, ambos tenían que sobrevivir, porque si al final del día, solo uno vivía, en realidad estaría muerto el resto de sus días porque perdió a su otra mitad, su luz y su esperanza.
Después de todo, un padre no debía enterrar a su hijo y el hijo no debía enterrar a su padre a tan corta edad, debía hacerlo cuando tuviera ochenta años, que la vida de la joven ya estaba hecha, estable y feliz, con hijos, casada, pero no ahora, no cuando ni siquiera había podido decirle al amor de su vida que la amaba, a la chica que le roba los sueños, lo mucho que le ha quiere y que anhela pasar sus días con ella a pesar de no ser correspondida, sabia que con solo soltar lo que su pecho retenía como rehén podría morir feliz, podría superar su enamoramiento con Stella y buscar a una persona que realmente le correspondiera en lugar de esperar eternamente a alguien que ni siquiera se fija en ella.
