Noche buena.

890 71 21
                                    



Londres, 1927.

Albus colgó la última bola roja brillante en la rama verde del pino mediano que había comprado en el mercado hace días. Su pequeña y abrigada cabaña a las afueras de Londres, en un tranquilo bosque, era su refugio más preciado, nadie lo conocía, allí podía estar tranquilo durante las vacaciones estudiantiles. Hogwarts era un buen lugar, pero le apetecía pasar yule en su hogar.

Sonrió al ver su arbolito repleto de brillantes artefactos en forma de reno, estrellas, copos de nieve y de luces, le encantaba navidad, era un celebración tan bonita, tal vez por eso los muggles eran tan felices en estas épocas, los colores y el aroma a galleta de jengibre tibia eran motivos de felicidad para cualquiera.

Albus sintió algo a sus espaldas, algo que lo observaba desde la esquina de la salita, Albus respiró hondo, ese aroma a yerbabuena inundó sus vías respiratorias tan rápido como aspiró, seguramente se lo estaba imaginando, era normal casi poder palpar ese tipo de cosas cuando extrañas a alguien.

Se puso de pie y en ese momento, el conocido incremento de magia vibró cerca de su varita, algo inusual, Albus cerró los ojos, los vellos de su cuello se erizaron y se giró solo para darle cara a la verdad, a su realidad.

Gellert Grindelwald estaba de pie en aquella esquina, con las manos atrás de su espalda, la cabeza ladeada y lo observaba íntimamente con una sonrisa ladina casi imperceptible, Albus no pudo evitar sorprenderse y su corazón no pudo evitar bombear sangre de manera atropellada y rápida. ¡Estaba allí, en su casa! ¡¿Cómo diablos pudo entrar a Londres?! ¿Cómo lo encontró? Albus lo supo en cuestión de segundos, el pacto que Newt le había tobado. El vial... seguramente tenía un rastreador, ¿Cómo no lo pensó antes? A Dumbledore muy pocas cosas, casi nada, se le escapaba.

No pudo evitar tampoco exhalar con fascinación al verlo después de tanto tiempo, se veía más maduro, sus ojos mas salvajes aunque con ese toque atrevido de siempre, hermosos por supuestos, estaba más alto, con la espalda ancha, con un corte de cabello moderno y casi blanco, su cara más seductora, sus expresiones más... fieras.

Merlín, estaba tan hermoso...

Albus carraspeó, fingiendo que su sorpresa momentánea había quedado en el pasado.

– Gellert – logró decir.

El mago tenebroso salió de la esquina con aquel andar seductor, elegante y perfecto. Gellert siempre tuvo un exquisito gusto para vestir, y su aroma, era inconfundible, si se trataba de él, no había ilusión ni engaños. Él estaba allí.

– Siempre te interesaron las cosas simples ¿no, Albus? – preguntó Gellert fijándose en la decoración navideña.

Albus se cruzó de brazos – Tu no, evidentemente.

¿En algún momento su corazón se calmaría? Estaba seguro que se saldría por la boca en cualquier momento.

Gellert miró la salita y sin invitación alguna ocupó una poltrona cubierta por una sencilla manta café de cuadros, cruzó su pierna y Albus, que todavía seguía de pie a unos cuantos pasos del mago búlgaro parecía petrificado.

– Sigues siendo un tonto sentimental – dijo Gellert.

– Prefiero seguir creyendo en la magia de las cosas simples, Gellert – dijo

Nuevamente su nombre entre sus labios, se escuchaba tan familia, como si nunca se hubiesen separado jamás, como si el tiempo no hubiese roto lo que había entre ellos, lo que hubo entre ellos.

TODO LO QUE FUIMOS - GRINDELDOREDonde viven las historias. Descúbrelo ahora