Lo que no nos dijimos

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Junio, 1928.

Londres.

Albus caminaba por las calles de Londres, acababa de declarar en contra de Gellert Grindelwald por el brutal asesinato de varios aurores y de Alexander en Nurmengard, tenía el corazón en la garganta y se sentía irremediablemente mal, sentía estar defraudando al ser que más amaba pero Albus había hecho una elección, una triste pero necesaria elección. Había elegido a sus amigos, al mundo mágico, y había elegido detener a Gellert Grindelwald así su corazón llorara cada noche.

Los sentidos de Albus se activaron cuando reconoció el nacimiento de una magia peculiar y poderosa, la conocía bastante bien pero cuando sacó su varita y su cuerpo reaccionó, ya era tarde. Gellert lo había sometido sobre la pared contraría de una casa y tenía su antebrazo con fuerza para que no pudiera mover su varita.

Los ojos de Albus se abrieron con sorpresa, nunca esperó ver a Gellert en Londres y caminando por la calle como cualquier otro mago. Pero, al mirar los ojos bicolores de Grindelwald supo que estaba dispuesto a cualquier cosa con tal de estar allí.

Estaba furioso.

– Así que me denunciaste públicamente – la voz de Gellert era áspera, casi dolía – Que autentico de tu parte, e hipócrita, a demás.

Albus lucia tranquilo a pesar de que su corazón quería salirse del pecho.

– Sabes que tarde o temprano tenía que hacerlo, Gellert – susurró Albus –

Gellert lo miró de arriba abajo con lentitud – Pusiste a Aurelius en mi contra, me denunciaste y ahora tus palabras salieron en los diarios, ¿crees que con eso evitarás lo inevitable?

El aliento a yerbabuena de Gellert golpeaba suavemente el rostro de Albus, era embriagador y el profesor se aferró a todas sus fuerzas para no acortar la poca distancia que los separaba y besarlo allí mismo.

– Ese muchacho no es un arma de guerra, Gellert, déjalo tranquilo –

Gellert sonrió de lado, con lentitud soltó la mano de Albus y este la bajó, guardando de nuevo su varita. Era lógico que ninguno de los dos iba a lastimarse allí.

– Debió matarte ese mismo día – susurró Gellert sin dejar de mirar los ojos azules del profesor – Me hubiese ahorrado tiempo y disgustos.

Albus sonrió, no le creía... aunque las palabras dolían. No podía negar que jadían demasiado.

– El único que podrá tener el valor de asesinarme serás tu –

– Puedo decir lo mismo de ti – propuso Gellert.

Albus se separó de la pared – Lamento haberte denunciado, pero era mi deber.

– No lo lamentas, Albus, te conozco. ¿Lo hiciste por qué te dolió la muerte de ese amante barato que tenias? – preguntó Gellert con brusquedad.

Ambos caminaron por la acera, Gellert conservando cierta distancia.

– No te mentiré, lo hice por él – asintió Albus – Su muerte fue injusta, y lo sabes.

Gellert paseo los ojos por la calle.

– No me arrepiento de nada, Albus – Gellert miró al frente – Jamás lo haré.

– ¿Ni siquiera de arrimar lo nuestro?

Gellert respiró hondo – De todas formas, no teníamos futuro. Eres demasiado sentimental y yo suelo quemar esas cosas.

TODO LO QUE FUIMOS - GRINDELDOREDonde viven las historias. Descúbrelo ahora