El último beso de muchos más.

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Mayo, 1997.

Años... Años después, muchos de hecho, Albus había alcanzado niveles en su vida que creyó no poder hacerlo, no por vanidad o poder, sino cuestiones más... humanas como compensación. Después de que entregó a Gellert, se juró seguir adelante como podía, siendo un buen profesor, un buen ser humano, usar su magia en pro a los demás, y así fue, se sentía en cierta parte orgulloso de haber conseguido cada cosa que se propuso... ni de lejos pensó que la vida lo llevaría a vivir todo lo que vivió.

Pero todo había llegado a su fin, su vida pendía de un hilo y era necesario que así fuera, nunca se puso a pensar en como iba a morir ni en manos de quien, ahora... viendo su mano, y sabiendo el destino que le depara a Harry Potter, no tenía más opción que morir, y nunca se sintió más de acuerdo con algo antes. Su momento había llegado, pero hace días, acostado en su cama, mirando el cielorraso de su habitación pensó: No quiero morir sin antes verlo.

Por supuesto que pensaba en él, cada día desde que lo vio por última vez, pensaba más en él que en cualquier otra cosa, incluso, pensar en sus buenos tiempos y momento disipaban su memoria de toda la basura que había construido Voldemort a su alrededor, sonreía de vez en cuando pensando en todas esas locuras que hizo por amor, que hizo por él.

Y fue así mismo, como el gran director de Hogwarts consiguió un permiso especial para visitar Nurmengard a finales de Mayo. Ser Albus Dumbledore, evidentemente, tenía sus grandes ventajas. Esa tarde, llamó a Severus y le encomendó el colegio, agradeció que el profesor no le preguntó nada, pero claro que Severus no solía preguntar sobre la vida privada de Albus, eso era algo que siempre agradeció. Luego se desplazó con una nueva emoción a ver, después de tanto tiempo, al que siempre será el amor de su vida.

Nurmengard estaba diferente de la última vez que estuvo allí, todo era... frío, vació, y la torre estaba tan oscura y lúgubre como nunca pensó que la vería. Se acomodó su capa morada y caminó hacia la enorme entrada escoltada, aunque ya no con tantos aurores como antes, con todo lo que sucedía, pocos se mantenían firmes cuidando a las afueras de una cárcel, estaban en plena guerra... de nuevo.

– Buena tarde, Raidmont – saludó Albus – Tengo un permiso especial.

Raidmont, el auror hizo una breve reverencia – Para el gran Albus Dumbledore, lo que sea. Bienvenido, ¿A quien viene a ver?

– Grindelwald.

– ¡Al prisionero 709! – Exclamó, sombrío – Sabrá que es un... criminal difícil de tratar, a demás, no se le tiene permitido la visita de nadie.

Prisionero... criminal... palabras que Albus hace mucho tiempo dejó de usar en Gellert. Tragó su dolor y asintió ligeramente.

– Lo sé, fui yo quien lo encerró aquí – dijo Albus, a su pesar – Estaré bien, pude con el una vez ¿no?

El auror asintió enteramente haciendo otra venia, Albus suspiró, el hombre movió su varita para que las próximas rejas se abrieran de par en par.

– El prisionero tiene varios hechizos rodeando su celda apartada para que no pueda hacer ningún tipo magia, sabemos lo bueno que era haciendo magia sin varita – puntualizó Raidmont.

Albus asintió, siguiéndolo – Perfecto.

Grindelwald sin ejercer la magia, un maldito infierno... para cualquiera con un gran talento como él. Antes de subir por las escaleras, el auror murmuró un par de hechizos que desvanecieron una enorme pared de concreto mágico con detalles plateados, se escuchó varias cerraduras deslizarse hacia un lado y finalmente la puerta abrió dando la bienvenida a una torrencial de escaleras. Ambos subieron los peldaños de la torre, cuando pisaron el quinto escalón, el auror movió su varita y la escalera se desplazo lentamente hacia arriba.

TODO LO QUE FUIMOS - GRINDELDOREDonde viven las historias. Descúbrelo ahora