Entre libros y mapas.

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Bathilda había dejado la casa un día antes de que los jóvenes compraran queso, pan y uvas frescas para merendar en la tarde mientras examinaban los diarios restantes y comparaban fechas en los libros, hasta ahora habían indicios que la varita se encontraba entre Albania, Alemania, Paises bajos, pero no había nada seguido y necesitaban deliberar algunas cosas para ponerse de acuerdo.

Anoche Albus había soñado con Gellert... si, había soñado que el joven rubio lo besaba, lo sintió real y único, lo sintió adentro de su corazón, sus labios reaccionaron de inmediato y cuando se levantó un suave cosquilleo picaba en sus labios. Fue tan hermoso pero tan tétrico que Albus no pudo aguantar y lloró, lloro largo y tendido durante toda la noche, al día siguiente, tuvo que lavarse la cara con agua helada y aun así, Ariana lo descubrió pero él negó todo diciendo que era alguna alergia que había pescado, agradeció que se vio con Gellert después de las cuatro cuando Aberfoth se acostó para hacer su siesta.

Pero todavía seguía con esa amarga sensación, había adorado soñar con Gellert, había sido mágico pero le aterraba de sobremanera descubrir que tenía esos deseos incontrolables por su compañero, ese deseo de besarlo, de acariciarle la mejilla o de abrazarlo, nunca se había sentido así antes... y de todas las personas por las que podía enamorarse había decidido hacerlo de él, de un hombre...

Si su padre lo viera... exhaló. Prefirió no pensar en su padre, era un tormento nuevo hacerlo.

– Tu tienes algo –

La voz de Gellert rompió el silencio ensordecedor de Albus. El joven despabiló completamente, saliendo de aquella burbuja que había creado, los ojos bicolores y fieros de Gellert estaban encima de él, escudriñándolo.

– ¿Qué dices?

Gellert deja a un lado el diario que leía y encara a Albus, ambos estaban encima de la alfombra aterciopelada de la biblioteca en casa de Bathilda. Sus rodillas se rozaban.

– Albus, dime ya que te pasa – ordenó Gellert con aquella voz seria.

Merlín...

Albus giró los ojos dando lo mejor de si para parecer relajado, rebuscó impaciente entre los diarios algo que no encontraría, el valor para ponerse de pie y largarse de allí.

– Nada, Gell, estoy... – alza un periódico – leyendo.

– ¿Ah, si? Bueno, ese ya lo leíste – replicó Gellert – y ese que tienes allí ni siquiera lo has empezado.

Albus respiró hondo dejando el diario de nuevo en su lugar, no miró a Gellert cuando dijo:

– Estoy bien ¿si? Mejor continuemos o nunca acabaremos –

Albus rebuscó algo pero Gellert con mucho cuidado quitó de sus manos los diarios.

– Deberías tomar un descanso – sugirió Gellert.

– Gellert...

– O dime que te sucede –

El cobrizo se puso de pie, embargado por el sentimiento de miedo, miedo a que Gellert descubriera lo que siente por él, miedo a que se burlara y eventualmente lo rechazara, miedo a perderlo. Perderlo era algo que no podía darse el lujo, sufriría demasiado. Y ya no quería sufrir más, había tenido suficiente, quería ser feliz.

– Iré a casa, recordé que tengo algo que hacer con Ariana y...

Cuando iba atravesar el umbral de la biblioteca no lo logró, Gellert había conjurado un hechizo para que no pudiera pasar por allí, parecía una pared invisible. Albus tragó saliva y cerró los ojos, escuchó a Gellert ponerse de pie y acercarse a él.

TODO LO QUE FUIMOS - GRINDELDOREDonde viven las historias. Descúbrelo ahora