Almas libres.

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Había llegado el momento, después de tantos años, de tantos momentos, por fin había llegado el momento que con tanto esmero había retrasado, Ahí estaba Albus, con su traje violáceo y gris, con su varita en mano y con la mirada azul más apaga que nunca. Había logrado hacer tantas cosas en su vida, había... sido satisfactorio dedicarse a ser un profesor, a ayudar a quienes lo necesitan, incluso si muere hoy, en mano de Gellert, no se importaría, se iría con la conciencia aunque sea un poco más tranquila...

Se iría tranquilo porqué vivió su trágico amor como pudo, amo a Gellert hasta el final, llevando encima la carga de todas aquellas victimas, sintiéndose miserable por aguantar y por leer los periódicos, por haberse acostado tantas veces con el enemigo pero, a pesar de todo eso, no se arrepentía de nada, porqué cada cosa que Albus hizo fue por amor.

Pero le dolía, claramente, el temor que calaba era más hondo que cualquier otro que haya sentido alguna vez, lo sofocaba, desde que tenía diecisiete años, cuando conoció a Grindelwald, se había convencido que nunca encontraría mejor persona para él que el mago búlgaro, estaba seguro de que él era la persona con la que estaría hasta morir, y no se equivocó, quizá hoy Gellert lo asesiné y todo aquello que pensó de niño, ocurra. Sin embargo, Albus iba con otro pensamiento, tenía la fuerza y coraje suficiente para derrotarlo, no podía morir sabiendo que Gellert no pararía, que el día de mañana sería más personas asesinadas... Si ha de morir, que sea después de ver a Gellert rendido... pero no podía dejar un mundo peor, pero como dolía pensar así...

Gellert muerto...

Gellert... debajo de una tumba...

Sentía culpa, claro, habían pasado tantos años sin que él pudiera hacer algo, con el pacto en sus manos y sin embargo, no hacer nada por temor y por todos esos sentimientos que se había disparado aun más desde que se vieron aquella vez en su casa, cuando compartieron de nuevo cada beso y abrazo, y ahora iba directamente hacia el dueño de dichos besos y abrazos, exclusivamente para detenerlo de una buena vez o morir intentándolo.

Pero el momento había llegado y aunque por dentro se moría por darse la vuelta y no enfrentarlo nunca, amarlo como diera lugar, hizo caso omiso a todo lo que su maltrecho corazón decía y siguió hacia su destino: Nurmengard. Espero mil cosas, él sabía bien que Gellert ya estaba enterado del rompimiento del pacto, seguramente como él, lo había presentido pero se llevó una gran sorpresa cuando vio el camino libre hacia la enorme puerta con grabados lujosos del símbolo de Gellert. Se detuvo por fin, examinando los alrededor, todo estaba tan calmado y tan frío que pensó que quizá, Grindelwald no se lo esperaba pero se equivocó cuando la puerta se abrió sin haberla tocado.

Observo al mago tenebroso del otro lado, con su varita de sauco en una de sus manos, con su cabello rubio platinado hacia atrás, su mirada bicolor escrutándolo francamente sin ninguna clase de emoción y a escasos metros suyos. No podía negar que verlo, la emoción crecía en su interior, acumulándose en sus ojos pero contuvo cualquier movimiento involuntario y relajó sus hombros, siendo aquel hombre tranquilo y en calma que siempre había sido, incluso en los peores momentos.

– Gellert, que bueno verte de nuevo –

Gellert ladeó la cabeza, acarició el otro extremo de su varita y se acercó unos cuantos pasos a Albus guardando cierta distancia.

– Tardaste más de lo que yo esperaba – replicó el búlgaro.

– Es cierto – Albus miró el interior del enorme castillo – Te encuentras solo, esperaba que estuvieras rodeado de seguidores que dieran fé de tu inminente victoria.

TODO LO QUE FUIMOS - GRINDELDOREDonde viven las historias. Descúbrelo ahora