19- Cruel realidad

4.4K 397 229
                                    

No me creo que esté haciendo esto. No sé qué pasará una vez llegue a su cabaña.

Escondida detrás de una de las muchas mini cabañas que simulan ser habitaciones, observo con detalle el cambio de guardias. Aprovecho cuando al intercambiarse los guardias en el portalón y entablan una pequeña conversación para moverme con sigilo hasta la próxima cabaña, haciendo el menor ruido posible.

No me gusta hacia la zona a la que me encamino pero es allí donde Lidia dormita. En la parte del campamento más próxima al bosque. La zona más próxima a donde tiraron los cadáveres carentes de vida de los clandestinos que habíamos asesinado.

Con cierta resignación me adentro en la abrumadora cabaña consumida por la oscuridad de las copas de los árboles más próximos. No sé si es mi imaginación o si en realidad es escalofriantemente aterradora. Además de que la noche trae consigo un pulcro y tenso silencio que me eriza la piel a causa de la fría y fresa brisa.

La madera áspera gime ante el esfuerzo en cuanto abro la puerta después de pensarlo durante un buen rato. Cuando me adentro con una tortuosa lentitud en la estancia consumida por la oscuridad me arrepiento de mí decisión.

Con todo el disimulo y cuidado que logro reunir giro sobre mis talones, dispuesta a salir sin que nadie me vea. La huida se ve interrumpida por el cuerpo femenino y sonriente que obstruye la puerta.

—Me alegra que hayas venido—murmura Lidia, exultante.

—Eh... yo...—cierro la boca cuando no se me ocurre ninguna escusa para librarme de esto.

Ella me dedica una sonrisa divertida y pasa junto a mí hacia el colchón tumbado en el suelo que tiene como cama. Las cabañas son pequeñas y estrechas, haciendo que solamente apenas quepa un colchón bien colocado.

Lidia me observa mientras se acuclilla y se sienta sobre el colchón de forma despreocupada. Me dedica una enorme sonrisa imperiosa que solo me provocan ganas de salir corriendo de aquí.

Esto ha sido una mala idea. Una idea nefasta.

—Puedes sentarte si quieres—murmura suavemente pero yo me mantengo inmóvil en mi lugar.

—Estoy bien de pie.

—Como estés más a gusto, Alala—se instala un silencio incómodo en el ambiente que lo único que me provoca es sofoco. Al darse cuenta que no voy a estar por el labor de comenzar yo la conversación, es ella la que decide arrancar. Me dedica una pequeña sonrisa nostálgica mientras su mirada se suaviza—Antes de que todo este desastre ocurriese—hace un gesto con la mano que abarca todo el lugar, supongo que refiriéndose a lo de llegar a esta isla— Antes de toda esta mierda, siempre estaba quejándome—suelta una pequeña carcajada— Era una madre de dos adolescentes hormonales que siempre tenía mucho trabajo y que siempre que tenía un momento libre para estar con ellos, no podía estarlo ya que estaban con su padre al otro lado de la ciudad.

No digo nada mientras la escucho. Los cambios de tema de esta mujer me desconciertan sobremanera.

—Estoy casada dos veces y divorciada otras dos veces—me mira con una sonrisa que muestra una diversión maliciosa— Para mis hijos era un rollo eso de tener que estar cambiándose de casa todas las semanas—niega con una pequeña sonrisa— Lo único bueno es que ya no tengo la necesidad de estar a golpes con mi ex marido por los niños. Lo malo es que seguramente no los vuelva a ver—su voz se mantiene estable, como si no le afectase en lo absoluto lo que dice, como si estuviese contando un cuento que termina feliz. Me observa con sincera curiosidad— ¿Tus padres estaban casados?

Asiento y ella amplía su sonrisa.

—¿Eres hija única? Mis hijos siempre se están quejando de tener hermanos, aunque en el fondo es evidente que se adoran mutuamente.

Alala (EN PAUSA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora