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Cuando desperté hace unos minutos me entraron ganas de llorar por la maldito sueño que había vuelto a tener. Siempre tenía la misma pesadilla, o al menos casi siempre. Era un verdadero suplicio despertar con el sudor empapando mi ropa y con el corazón a punto de salírseme del pecho.

Por esa misma razón nunca solía dormirme temprano, no por falta de sueño, sino por temor a lo que mi mente me provocaría.

Siempre me mantenía al menos media hora despierta mirando el techo y obligándome a llenar mi mente con escenas de películas, series o libros en donde solo se trasmitía tranquilidad. Sé que es raro, pero necesitaba aferrarme a algo de paz para tratar de mantener la poca cordura que me quedaba, y sobre todo en este lugar. Y no podía pensar en recuerdos propios porque nunca en mi vida me he sentido tranquila, siempre ha habido algo atormentándome, persiguiéndome.

Pero cuando me desperté no fui capaz de recurrir a ese momento que tanto necesitaba diariamente. No estaba en el psiquiátrico, ni en el barco, ni en la cabaña en la que me alojaba en el campamento. Estaba en la cueva de Bryan, y eso no me ayudó a tranquilizarme. Sobre todo porque estaba sola.

Vi la bandeja deforme de madera junto a las mantas donde me había dormido, vi la comida sobre ella. Dos piezas de fruta, de las cuales desconocía su nombre porque no existían o al menos en la vida las había viso de donde venía, una redondeada con una cáscara suave de un color amarillento mezclado con el verde, y la otra era ovalada de un color rojo oscuro.

Las había probado antes, y en las ocasiones que las había probado eran un jodido manjar dulce y sabroso que me dejaban con ganas de más. Recuerdo que la amarilla tenía un sabor parecido al regaliz.

Se me hizo la boca agua. Hacía meses que no probaba una comida que no fuese insípida y pastosa. Realmente quería volver a saborear el dulce sabor de ambas frutas.

Recojo la bandeja y la pongo sobre mi regazo cuando me siento sobre las mantas. Primero cojo la fruta roja y clavo los dedos sobre la corteza para poder pelarla. Al instante siento la humedad del zumo de la fruta tocas mis dedos. Cuando termino de pelarla, dejando a la vista la fruta rosada dividida en rodajas, separo una de las rodajas alargadas para llevármela a la boca.

Prácticamente gimo del placer que me da el sabor de la fruta.

Anoche Bryan me dio la misma fruta para que cenase, pero no la comí, se me había cerrado el estómago después de todo.

Suspiro cuando la termino y paso a pelar la otra fruta que por dentro también está dividida en tres rodajas triangulares, su color anaranjado se ve tan exótico como llamativo. Simplemente delicioso.

Cuando termino de tomarme las dos piezas de fruta opto por levantarme e investigar un poco el lugar mientras Bryan no regresa de donde quiera que esté.

Tampoco sé si quiero que vuelva.

Con la mochila entre mis manos me yergo y arrastro mi mano desocupada por mi culo y muslos, sacudiendo el polvo y el arenilla que se adhirió a la tela de mis pantalones mientras dormía.

Me colgué la mochila al hombro, ignorando la ligera punzada de dolor en mi brazo por la herida que me había hecho al escapar del campamento. A pesar de que Bryan la había limpiado, desinfectado y vendado escocía como la mierda. Pero tampoco tenía pensado dejar mi mochila en cualquier lugar, sin mi supervisión cuando sabía que lo que había dentro me había llevado hasta aquí.

¿Qué si sentía curiosidad por lo que había en los documentos que había robado?

Por supuesto.

¿Qué temía que en ellos no hubiese nada que pudiese respaldar todo el alboroto que había montado?

Alala (EN PAUSA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora