12- Pidiendo ayuda a gritos.

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Capítulo largo e intenso, pero merece la pena.

Pasaron dos días desde que me encontré con aquellos dos clandestinos.

Pasaron dos días en los que caminamos sin cesar mientras nuestros suministros disminuían con el pasar de las horas.

Dos días en los que mi mente no paró de pensar en cada una de las palabras de Jack y Billy.

Todavía recuerdo el regaño de Justin cuando llegué junto a él y me recriminó por haberme alejado sin él, sin protección.

Por un segundo me sentí como si volviese a estar con Bryan encerrada en la cueva, por un momento temí que Justin me impusiera que hacer o que no.

Su reacción no fue buena en lo absoluto. Me prohibió volver a alejarme de ellos.

Suspiro al no ser capaz de dormir. Llevo tres días durmiendo apenas cuatro horas.

Me levanto con cuidado, tratando de no despertar a una dormida Érica junto a mí.

Es impresionante que haya tantas cuevas en esta isla. También es impresionante que llevemos tres días caminando y aún no hayamos dado con la aldea de los clandestinos, tampoco es que tenga muchas ganas de hacerlo pero sé que será inevitable si seguimos caminando en línea recta.

Paso por el lado de un adormilado Justin —que también trató esta noche de quedarse en guardia pero no resistió el sueño después de sus dos horas fuera.

Salgo de la cueva encontrándome con dos chicos. Uno de ellos es Paul, el pelirrojo de hace unos días.

Me sonríe cuando paso por su lado.

—Hola, Alala... ¿A dar un paseo matutino?— pregunta divertido.

Sigo sin acostumbrarme a que la gente se sepa mi nombre sin habérselo dado.

—Algo así—murmuro a sabiendas de que estoy haciendo caso nulo a lo que me impuso Justin.

Entre sus manos está una de las armas que nos dieron.

Mi mochila colgada a mi hombro y el cuchillo en mi cintura.

—A un kilómetro de aquí tienes un campo de zarzas silvestres llenas de bayas, es precioso. Podrías ir, no estarías yendo muy lejos pero no tomes las bayas que no sabemos lo que suceden con ellas.

Frunzo el ceño mientras asiento, desconcertada por sus recomendaciones.

Nunca hemos hablado pero le agradezco su recomendación, así al menos tendré un referente de lo que me encontraré.

—Vale, gracias.

—Ten cuidado.

Asiento confundida y comienzo a caminar en la dirección que él me indica.

Y después de unos minutos caminando lo encuentro. Paul tenía razón, es hermoso.

La luz del amanecer ilumina las zarzas silvestres decoradas con bayas distintas entre sí. Todo iluminado con una luz anaranjada que da un toque hermoso al campo.

Me adentro en unos estrechos caminos de arena que guían entre las zarzas.

Sonrío un poco al encontrar unas bayas moradas. Esas son las que siempre me traía Bryan.

Cojo una entre mis manos para después metérmela en la boca.

Jadeo de placer ante el sabor dulce y familiar que tanto echaba de menos.

Adoro las frutas dulces.

Me hago un banquete con las bayas mientras recuerdo conversaciones que he tenido con Bryan. Una de ellas sobre las bayas.

Alala (EN PAUSA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora