Capítulo 15: "Almas desesperadas"

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Los Castle caminaron por el pasillo de la morgue, con su habitual compenetración. Un paso derecho de él, un paso derecho de ella. Impresionante.

—¿De verdad que no lo ensayáis? —demandó Lanie Parish, con una extraña expresión en su rostro, refiriéndose a esa concordancia de la pareja.

Castle admiró el rostro alegre de Katherine, que intentaba retener esa sonrisa suya, manteniendo respeto a la víctima.

La inspectora se acercó a la camilla y frunció el entrecejo al ver el cadáver. No había nada que indicara cómo lo habían matado. 

—Sé lo que estás pensando, Kate, y si no encuentras ningún signo de puñalada o disparo es porque ha sido envenenado.

Castle puso una mueca de dolor, y se acercó más a la víctima.

—¿Por qué moriste, Dalton? —murmuró.

La forense y la inspectora se tornaron hacia el escritor, perplejas.

—¿Ya sabéis quién es? 

Beckett asintió, y anunció que Esposito le había informado de que tenían cosas nuevas sobre la víctima. Habían encontrado la cartera del hombre cerca de la nueva cafetería de la quinta avenida. Se le habría caído.

Richard puso una sentida mueca al escuchar esto último.

—Y se llama Dalton Paid. De cincuenta y un años, trabajaba en una empresa de contratación.

—Bueno, pues Dalton —Lanie señaló al hombre —. Fue envenenado, y es muy probable que fuese por esto —La forense levantó una bolsita de plástico que contenía el vaso de plástico de la escena del crimen —. Estoy buscando posibles restos de drogas... Cianuro, quizás —murmuró, mientras echaba una ojeada al borde del material.

Katherine asintió, y le preguntó a su amiga si tenía algo más.

›› Sí, el cuerpo no tiene marcas de pinchazos, así que fue ingerido.

Kate desplazó su vista hacia el horizonte y comentó: "Una extraña forma de matar", a la vez que su marido la contradecía:

—No para los nazis y los dictadores... 

Parish y Beckett compartieron unas miradas que Castle no percibió, ya que estaba mirando al cadáver.

—Después de haber tomado el veneno, ¿cuánto tardó en morir? —demandó la inspectora, impasible.

—No más de veinte minutos... Según el recibo de la cafetería, compró el café a las ocho y media, y cuando llamaron, dijeron que había caído pocos minutos después, más o menos a las nueve menos diez —informó la forense.

—Veinte minutos... —susurró la embarazada, quien se tornó hacia su marido y comenzó a hablar con él, mirando sus preciosos ojos azules —O sea que fue envenenado durante el trayecto desde la cafetería hacia donde fuese.

Castle, serio, añadió:

—Ajá, ¿y quién se beneficia con esa muerte?

Beckett entrecerró los ojos, sin saber.

—Eso hay que descubrirlo ahora... —Se tornó hacia su amiga —Gracias, Lanie.

La pareja ya se acercaba a la puerta cuando la forense clamó a la inspectora. Ésta se giró, y se acercó a la camilla, enfrente de Lanie.

—Que no se te olvide la noche de chicas hoy, eh —dijo con una sonrisa pícara, con esa tonalidad burlona y salida de tono que solía poner para referirse a sus fiestas. Le guiñó un ojo mientras se reía. 

La boca de Beckett se distendió en una sonrisa, y negó con la cabeza, articulando: "no, no se me olvidará" 

Se despidieron y Castle puso una adorable mueca, mientras se dirigían a la salida de la morgue.

*****

En la comisaría, Ryan y Esposito arribaron junto a sus compañeros, quienes se encargaban de rellenar la pizarra blanca, que se disponía a dejar que el bolígrafo azul le trazase los datos de la víctima.

Kevin carraspeó para que Esposito comenzase a hablar. Él se aclaró la garganta y, tras mandarle una mirada indignada a su compañero, le preguntó a Beckett:

—¿Qué hacemos, Beckett? —Elevó ambas cejas, y Kevin contrajo los labios.

La inspectora frunció el ceño, y observó la pizarra de nuevo.

<<No sé por dónde empezar>> pensó Kate, resignada a decirlo en voz alta. Se puso el pelo detrás de la oreja, un truco para distraer a los tres hombres, dándose tiempo para pensar.

—A ver, Lanie dijo que tardó en morir unos veinte minutos después de que lo envenenasen... Así que comencemos a investigar en la cafetería esa nueva.

Ryansito cabecearon, y se dirigieron al ascensor. Richard contempló a su mujer, y ésta le inquirió que qué pasaba.

Negó con la cabeza y le dijo: "Nada, ¿vamos?".

Se encaminaron al elevador junto con sus compañeros y bajaron hasta la calle.

*****

Al llegar a la quinta avenida, observaron un imponente edificio, sorprendente.

Castle soltó, con un hilillo de voz, un ruidito, impresionado.

—¿Qué es esto? —preguntó, alzando la cabeza, para ver el techado del bloque.

—Cierra esa boca, Castle —respondió Esposito.

El escritor la cerró, sin saber qué responder.

Se introdujeron en la tienda, parecía un centro comercial enorme fusionado con el Starbucks. El bullicio allí formado era más que similar al jaleo de fuera. 

Inmediatamente llegó un joven de unos treinta y pocos años, con un delantal, y una sonrisa bastante natural en la cara, lo que le extrañó al escritor y a la inspectora.

—¡Buenas tardes, caballeros, señorita! ¡Bienvenidos a Dapttaw, la nueva cafetería de la quinta avenida! —El hombre extrajo del bolsillo una diminuta agenda y un lápiz con una punta bien afilada —¿Qué es lo que quieren? ¿Mesa para cinco?

El hispano retuvo una carcajada en la boca. Mirando de un lado a otro.

—No, eso no es a lo que venimos —Beckett sacó su placa y se la mostró al treintañero, quien puso una mueca —. Inspectora Kate Beckett, policía de Nueva York.

El muchacho tenía la misma postura, los brazos estáticos sujetando la libreta y el lapicero. Los ojos abiertos de par en par.

—¿Por..., por qué?

—Queríamos hacerle algunas preguntas a su jefe, ¿dónde podemos hablar?

El chico señaló a la segunda planta, con el pánico todavía en la mirada.

Los detectives y el escritor casi corrieron hasta las escaleras mecánicas.

—Vaya, esto es impresionante —murmuró Ryan —Quizás pruebe alguno de sus cafés. ¿Lo habéis oído? ¡Mesa para cinco!

—Ryan, este sitio puede meter cianuro en sus cafés.

La expresión en su rostro cambió.

*****

Por todas aquellas historias que vivimosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora