Capítulo 10: "Habéis salvado mi vida, ¿por qué?"

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Las lágrimas de Beckett descendieron por sus pómulos como si tuviesen prisa. 

Se arrodilló junto al cuerpo de Castle, quien estaba boca arriba, con los pies apuntando hacia la entrada del edificio. 

Verlo allí, tirado sobre la acera, le resultaba doloroso. Puede que más o tanto como el que había sufrido esos meses con su ausencia.

Su mente echaba humo: ¿por qué Castle se encontraba allí, a la entrada de su loft? Kate lo achacó a que quería volver, que no podía soportarlo más. Como ella.

–Castle, Dios mío. ¿Qué te ha pasado? ¿Quién te ha hecho esto? ¿Qué haces aquí? —Katherine se inclinó todavía más sobre su marido y su abultado vientre rozó la mano de él.

–Beckett... Lo siento. Este bebé —Richard alzó el brazo para alcanzar la tripa de Kate y lo acarició. La sangre continuaba saliendo –, y tú... Habéis salvado mi vida.

Katherine sacudió la cabeza, sin comprender. Presionó sobre la herida, para detener la hemorragia, sin obtener grandes resultados. Aquello le recordaba a cuando disparó a Dick Coonan, acabando con él al proteger a Castle, intentó revivirlo, pero le fue imposible.

Lo extraño en aquel momento, fue que no estaba llorando. Sólo observaba a Richard, desangrándose en el suelo.

–Kate... —Los golpes rítmicos sobre el corazón del escritor no resultaban –Kate... ¿Quieres saber... Coff —escupió algo de sangre –, coff, quién ha sido? Le he visto la cara...

Katherine cesó un momento. Se apartó un mechón del rostro, recubriéndolo con sangre.

» La persona que me disparó fuiste tú, Beckett.

Ésta elevó su rostro, y pudo contemplarse a sí misma, y a Castle, arreglado, sin el surco provocado por una pistola de nueve milímetros, del que emanaba un líquido oscuro. Ella llevaba en la mano su Glock 19, y de pronto, encañonaba rápidamente a su marido y lo disparaba. Verlo era mucho más traumático que imaginárselo.

–¡¿Por qué?! —bramó la inspectora – ¡Yo no te he salvado la vida! ¡Te la he quitado! —gritó enfurecida. Kate tornó su cabeza hacia los lados y, a través de una translúcida capa de lágrimas, pudo ver a Martha a lo lejos, observándoles con la mirada aterrada, sin ser capaz de dar un solo paso.

–Kate... Cuidado —murmuró Richard, antes de fallecer completamente. La inspectora sollozó sobre el abdomen de su marido, sin entender nada. Al elevar su rostro, vio una pistola, la cual apuntaba a su cabeza. La persona que sostenía el arma era Castle, con una mirada enfurecida en el rostro. Katherine le miró, alzando levemente las cejas, y de pronto, la decisión de apretar un gatillo acabó con su vida.

*****

Una fuerte aspiración provocó que la inspectora se irguiera bruscamente en el lecho. Sus ojos despedían lágrimas, y le dolía la frente, allí donde creía haber recibido el disparo.

Dirigió su mirada de un lado a otro y se percató de que seguía en el hospital, y de una figura recostada sobre una silla cercana. Era Castle, su marido, quien llevaba dos cafés en la mano.

–Sé que te gusta el grande con leche desnatada y dos terrones de azúcar con vainilla —Beckett sonrió, no por el hecho de que su marido le llevase su excéntrico café, sino porque estaba allí, sin ninguna herida de bala –; pero, la doctora que te atendió, creo que se llamaba Harriet, me ha dicho que es mejor que las embarazadas no abusen de la cafeína y que tomen menos de doscientos miligramos, así que te he comprado uno más pequeño —Se acercó, le entregó el café, y la besó en la frente. Un efímero beso que hizo que Kate se fortificase –Lo siento.

–No, este está genial, Castle. Gracias.

–No es por eso —repuso él, con una expresión seria. Beckett elevó una ceja –. Lo siento por haberte hecho pasar por lo de antes... Sí que me sentía ofendido, pero he comprendido que tú estás embarazada, tienes un trabajo que ocupa casi todo tu tiempo, que puede que no tuvieses la suficiente confianza para decírmelo... —Al ver que Beckett abría la boca para replicar, añadió rápidamente —: En ese momento. Y que eres lo que más quiero en esta vida y que estaré contigo siempre.

–¿Siempre?

–Siempre.

*****

No le gustaba estar sobre esa silla de ruedas. Ver a todos sus conocidos interrogando a Castle sobre aquello, cuando ella misma estaba ahí presente. Esposito, Lanie, Ryan, Jenny y la pequeña se despidieron del escritor y de la inspectora.

Arrugó la nariz y depositó su mano sobre el vientre. En seguida, Richard se agachó un poco para llegar a la altura de Kate.

–¿Te encuentras bien?

–Creo que he notado una patada.

Las mejillas de Castle adquirieron un tono rojizo al escuchar aquello. Su mano recorrió la distancia que había entre ella y el abdomen de su mujer,  y se apoyó en este.

Entreabrió la boca, esperando recibir el puntapié del bebé; pero, él no sentía nada.

–No te preocupes, Rick. Acabo de recordar que el movimiento fetal no es hasta la semana 16 del embarazo —El escritor puso una mueca, y señaló rápidamente al hospital –. Será que todavía me molesta lo que ha ocurrido... Ya tendremos tiempo de ilusionarnos —dijo ella, procurando animar a su marido. 

–Por cierto, Kate —Castle se situó de nuevo detrás de las empuñaduras de empuje y continuó impulsando la silla de ruedas –¿Qué habías soñado antes? Cuando inhalaste tan fuertemente. Me habías asustado.

La inspectora cambió su apoyo visual a su pie, el cual se había dormido y creía que era incapaz de moverlo, de controlarlo; al igual que esa situación. ¿Debería contarle lo que soñó? Siempre ha querido sinceridad y honestidad entre los dos, y si ella le mentía, todo se iba al traste.

–Ya no lo recuerdo —fingió.

–Mejor así —intervino Martha por detrás, quien, seguidamente, se situó frente a la silla –. ¿Cómo te encuentras, querida? ¿Cómo está mi nietecito?

Tanto Beckett como Castle quedaron sorprendidos. Ninguno de los dos se lo había comunicado, al menos por ahora.

–¿Cómo sabes tú eso, madre? —interrogó Richard.

La pelirroja se incorporó, con un ligero aspaviento de brazos.

–Ah, Richard... Eso no se puede ocultar tan fácilmente. 

–¿Habláis de lo del bebé? —añadió Alexis, por detrás. Los rostros de estupefacción de sus padres se exageraron, desconcertados. La joven también lo sabía –Por cierto, me alegro de que estés mejor, Kate —dijo, con una sincera sonrisa.

Ésta no sabía qué responder, y Castle tampoco. Lo que éste acertó a decir fue:

–Yo sí que me alegro de teneros junto a mí de nuevo. A todas.

Sus brazos arroparon a las pelirrojas y la mano derecha del escritor se apoyó en el hombro de Katherine con cariño.

–Volvamos a casa.

–Los cinco.

*****

Por todas aquellas historias que vivimosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora