Capítulo 16: "Quien lo encuentra se lo queda"

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Los policías y el escritor se situaron en la segunda planta del enorme establecimiento denominado Dapttaw, donde se servían cafés y demás bebidas y manjares. Admiraron el espacio que los rodeaba. Todo repleto de gente, y de actividad. Nada nuevo, ya que vivían en Nueva York.

Katherine Beckett hizo un movimiento de cabeza, señalando a la puerta en la que se suponía que estaba el jefe.

Se aproximaron hacia aquel lugar, y Esposito llamó a la puerta. Esperaron. Y una voz profunda les indicó que podían pasar.

Beckett deslizó su mano hasta donde se encontraba su placa, y la lució ante el rostro del hombre que se situaba detrás de un escritorio colmado de papeles e instrumentos de oficina.

El hombre de anchos hombros, pelo ondulado y casi gris, contempló la placa y leyó los números: 41319. Sacudió la cabeza.

–Policía de Nueva York. Tenemos que hablar con usted.

Esposito y Ryan se acercaron más a Beckett, casi hasta estar a sus lados.

El jefe esbozó una diminuta sonrisa timorata, asintió, y se sentó en su gran asiento, no sin antes decir:

–Por su puesto. Tomen asiento —Con un deje indicó a los dos asientos que se encontraban enfrente de la mesa. Se disculpó por no tener más para el hispano y para su compañero, quienes con un ademán anunciaron que se quedarían de pie sin que les importase –¿Les apetece tomar un café? ¿O un bollito? No son industriales, son tradicionales.

El escritor negó con una sonrisa, a la vez que se acomodaba en el sillón.

Por su parte, la inspectora se quedó analizando esos pastelitos de apetitoso aspecto. Se relamió los labios, pensando en si coger uno. Tenía mucho apetito, debía comer por dos, así que se inclinó con cuidado por su vientre hinchado, y tomó uno.

Aquello era tan insólito que sus compañeros y su marido no pudieron evitar dirigirle una mirada extrañada.

Kate miró el bollo cuadrado, con azúcar glass espolvoreado por encima. Estaba caliente, y desprendía un aroma delicioso. Cuando le dio un mordisco, despidió algo de crema. No pudo evitar un ruidito satisfecho.

El hombre sonrió y soltó:

–Veo que le ha gustado.

Beckett tragó, incómoda ante el comentario.

El escritor decidió captar la atención del jefe, carraspeando. Consiguió que el hombre virase su cabeza hasta él.

–Qué curioso que se encuentre su despacho en su cafetería, y a la vista de todos —comentó Castle.

–Sí, pero no estamos aquí para hablar de la localización de mi despacho.

La expresión en el rostro del hombre se endureció.

›› ¿Para qué quieren hablar conmigo?

Javier y Kevin se miraron. Beckett decidió hablar:

–Bien, señor —Descendió su vista hasta la placa situada sobre la mesa –Allen... —Interesante que no se llamase Dapttaw –Estamos investigando un caso de homicidio.

–Homicidio, ¿dice?

–Sí, de Dalton Paid, ¿lo conocía?

Beckett tendió la imagen del cadáver de Paid.

–No, ¿debería?

El escritor negó con la cabeza, levemente.

–No tiene por qué —comentó Beckett –. Compró café aquí veinte minutos antes de que cayese envenenado al suelo.

–¡¿Envenenado?! ¡Pobre hombre! ¿Saben por qué ha...? —Entonces Allen pareció entender –Esperen... ¿Creen que el café que compró aquí llevaba algo?

–Señor Allen... Ha saber que debemos barajar todas las opciones —confesó Richard, con un tono neutral.

El propietario pareció calmarse, y se incorporó de nuevo en su asiento.

–Entiendo... Siento haberme dejado llevar por la ira. Como comprenderán, pretendo que mi negocio sea respetable, y que sea acusado de envenenar a los clientes con los cafés no beneficia a nadie.

–Pero si se descubre que sí se mete veneno en los cafés —Esposito señaló el vaso que había sobre la mesa –, se le arrestará a usted o a todo al que esté implicado, y se le cerrará el negocio.

Allen puso una mueca de contrariedad, y meneó la cabeza, había entendido.

–Se les proporcionará todo lo que requieran. Y se les dejará tomar muestras a los cafés desde ahora mismo. Pero, inspectora, por favor, necesito total discreción.

Justo cuando Beckett iba a responderle, un joven abrió la puerta sin previo aviso, jadeando. Habría subido las escaleras mecánicas corriendo sólo para ver a su jefe.

–Señor Allen, ya ha llegado el encargo —bramó, mientras recuperaba el aliento.

–Muy bien, John, ve y diles a los demás que lleven la mercancía a la cocina. Ya sabes lo que hay que hacer ahora -repuso, con una amplia pero sobria sonrisa.

–Sí, Sr.Allen —Y el muchacho volvió a salir corriendo de allí.

Al ver que la inspectora y los demás se quedaban mirándolo, añadió:

–Son distintas masas, chocolates y demás para los pastelillos. Los granos de café nos los traen el martes. ¿Algo más, inspectora?

Katherine Beckett murmuró "no" y le dijo:

–Traeré a un equipo mañana por la mañana para que analicen el café. Si quiere discreción, cierre el establecimiento durante el fin de semana.

Y antes de marcharse por la puerta, sostuvo otro pastelito y salieron de allí, dejando a Allen con la palabra en la boca.

*****

En la comisaría, Beckett comentaba las novedades del caso a la capitán Gates mientras sus compañeros y su cónyuge no podía parar de observarla.

Esposito se inclinó un poco hacia el centro del semicírculo que formaban los tres hombres, y susurró:

–¿Habéis visto lo del despacho?

–Sí, nunca había cogido algo de ningún sitio... Quiero decir, que nunca había aceptado un ofrecimiento de esos... —comentó Ryan.

–Bueno, tiene que comer por dos con lo del bebé —La justificó Castle, levemente boquiabierto.

–¡¿Qué?! ¡No! —El grito de Esposito alertó a sus compañeros, quienes salieron de su ensimismamiento como él, y lo miraron –Me refiero a los papeles que había sobre la mesa. Seguro que ella se ha dado cuenta –Como estaba dado la vuelta, no pudo ver cómo la inspectora se aproximaba a ellos y veía confundida la mano del hispano que la apuntaba inconscientemente.

–¿Habéis visto los papeles que había sobre la mesa?

Ryan no supo que decir, tampoco el escritor. Y como Esposito se había quedado atónito ante el repentino aparecer de Beckett, tampoco profirió nada, así que Katherine tuvo que explicarse:

›› Resulta que el señor Allen sí que conocía a Paid...

*****

Por todas aquellas historias que vivimosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora