Capitulo 4: "Si te equivocas de embarazada..."

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–¡Que no se lo dijiste, Kate! —preguntó Lanie, sugetando el pelo de la inspectora –¡Debería darte vergüenza! ¡Encima que es suyo deberá saber que existe, ¿no crees?!

–Pero, Lanie, yo... Estoy preocupada, ¿y si en realidad no quiere un hijo conmigo...? No se me dan bien, ya sabes que nunca lo había pensado —argumentó ella, seguidamente se volvió hacia el retrete, a una distancia prudente.

La doctora Parish bufó y le retiró el mechón que le caía sobre la frente a su mejor amiga, Beckett.

–¿Recuerdas el caso del pequeño Beni? —inquirió con una sonrisa en el rostro –Aquel bebé recuperó a sus padres gracias a vuestra gran labor, y mientras, lo cuidasteis de maravilla. Creo recordar que cuando hablasteis Castle y tú, le dijiste que cuando llegase el momento, no dejarías que él cuidase de vuestro bebé él sólo.

Katherine sonrió hacia el inodoro, elevó su torso y se volteó hacia Parish. 

–Tienes razón, pero no se lo diré ahora —Lanie realizó una mueca –. Ya, se lo diré cuando esté cien por cien segura, puede que tenga los síntomas; sin embargo, tengo que hacerme la prueba.

–Kate, ¿de dónde vas a sacar tú tiempo para ir a comprar el test? —interpeló la forense, ahora con los brazos en jarras.

Lanie tenía razón, Beckett no disponía del suficiente tiempo para ir a comprárselo, debía estar atenta al caso que llevaban, Gates le dijo que no podía permitirse esas ausencias con tanta frecuencia; sobre todo cuando no había dado un justificante válido. No podía lanzarle que estaba embarazada, al menos sin raciocinio.

Kate se imaginó junto a Castle, con un pequeño retoño entre sus manos. Sonriendo. Abrazados. Ese fascinante pensamiento logró que Beckett asintiese, y le pidiese a su mejor amiga, la médica forense, Lanie Parish, que si podía ir ella a comprarlo; al fin y al cabo, era la única que conocía el hecho de que Kate se formulase la hipótesis de un posible estado de gestación.

La doctora aceptó, a regañadientes, no le hacía demasiada gracia; no obstante, haría cualquier cosa por Beckett.

–Muchas gracias, Lanie –En un segundo, regresó al lavabo, donde continuó devolviendo.

*****

Castle se acercó casi corriendo hacia el centro comercial más cercano, iba a prepararle una bonita sorpresa a Kate, había estado pasando casi todos los días trabajando en el caso de la mujer que encontraron, y pocas veces le había dirigido a él la palabra. Después de aquel extraño momento en el que ella se acercó en el loft, y hubo un confuso intento de contar algo, hablaron bien poco.

A la mañana siguiente Katherine se comportó de manera corriente, le saludó, tomó su café y tuvo que marcharse con prisas. Él supuso que a la comisaría. Pero, no siempre era así. En ocasiones, la capitán Gates le llamaba para preguntarle sobre Beckett. Él desconocía su paradero; no obstante, le decía al capitán algún embuste.

Temió que Katherine estuviese en algún lío y le inquietase contar con él por si ocurría algo... 

Giró su cabeza castaña a ambos lados, como si así pudiese alejar de él esos pensamientos. Por supuesto, denegaba la disyuntiva de que hubiese otro alguien. Kate no podría hacerle eso.

En ese instante, comenzó a sonar su teléfono móvil. Hablando del rey de Roma...

–Hola, Kate —saludó con una sonrisa en su semblante.

–¿Cómo estás, Castle? —preguntó ella, desde la otra línea, mientras se acariciaba la faz.

–De maravilla, ¿y tú? ¿Estás en comisaría? ¿Qué tal va el caso? —demandó él, rápidamente, casi sin poder respirar. Inhaló algo de aire y continuó: –Sabes que no estoy allí porque debo estar escribiendo el nuevo libro de Heat.

Castle estaba nervioso, analizó ella, se le notaba en el tono de voz. Y en la rapidez con la que ahora estaba hablando. Estaba tan adorable.

–Sí, todo va bien. Pero te echo de menos... 

–Y yo a ti —dijo, en el instante en el que una de las bolsas de papel que llevaba entre los brazos se le caía y con ella las cosas de dentro. Destrozadas en centenares de dimutos trozos –.Ups.

–¡¿Qué ocurre, Castle?! —interrogó Beckett, al escuchar el estruendo por la otra línea. Las experiencias con su prometido al teléfono no eran siempre satisfactorias.

–Nada, una bolsa que ha... Nada.

–Ten cuidado, Rick.

Él asintió, como si ella le pudiese ver haciéndolo. Pasó por un pasillo que se topaba con el del tema de los bebés, qué tiempos aquellos en los que cuidaba de una pequeña e indefensa Alexis, que necesitaba su ayuda por nimiedades.

De pronto, pudo discernir una figura conocida que se alzaba hacia el estante de los test de embarazo: Lanie.

Le resultaba una situación bastante embarazosa, ¿qué iba hacer? ¿Debía acercarse y preguntarle? Pero el tema no le incumbía. No debía entrometerse. Por lo tanto, pasó de largo. Eso era lo que debía hacer.

–Castle, tengo que colgar. Nos vemos luego en el loft.

–Eh... Sí, ¡sí! Hasta luego... —dijo, nervioso.

Parish escuchó un pequeño gritito, la voz de Castle, que le pareció familiar y tornó rápidamente hacia su izquierda para ver una persona que se alejaba. No pudo saber si era él.

***** 

Por todas aquellas historias que vivimosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora