Capitulo 8: "A la tercera va la vencida"

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Las sirenas de los vehículos que arribaban a la comisaría ensordecían los oídos de Richard.

Kate seguía tirada en el suelo, sujetando su vientre. Sintiendo que el bebé que permanecía allí dentro iba a morir.

Unos hombres con trajes fosforescentes llegaron a la planta. Se arrodillaron junto a Beckett y la sostuvieron entre dos.

–¡¿Qué está pasando?! —gritó Frank, desde el otro lado de la mesita.

–¡Señor Sullivan, tranquilícese! —exclamó Castle.

El cuerpo de Katherine se alejaba de la sala de descanso junto con los conductores de la ambulancia.

*****

En el hospital, condujeron a la inspectora hacia la que parecía ser la doctora jefe. Ésta inspeccionó el cuerpo de Beckett, asintió e indicó que la mujer estaba en estado de gestación.

Kate escuchó aquello, afortunadamente, para ella, Rick no estaba allí.

La dejaron sobre otra camilla. Esperando, y retorciéndose de dolor.

Richard llegó unos minutos más tarde. Ryan, Esposito, Lanie, Alexis, Martha, Jenny y Sarah Grace también se presentaron allí. Con rostros blanquecinos por el pánico.

–Richard, querido, ¿qué es lo que ha pasado? —inquirió Martha.

–No lo sé, madre. De repente se ha tirado al suelo. Con las manos sobre su vientre. Sollozando —Esa imagen no desaparecía de la mente del escritor. Ni siquiera él comprendía lo ocurrido.

Ante la respuesta de su padre, Alexis le mandó una mirada de preocupación a su abuela.

–¿Y si...?

–Oh, no... No. ¿No creerás que...? —repuso Martha, con el ceño fruncido.

Lanie se arrimó, e intervino en la conversación.

–¿Vosotras también sabéis lo de Kate?

Las dos mujeres pelirrojas asintieron.

*****

–¡¿Podemos intervenir con una mujer embarazada?! —preguntó uno de los presentes en la cargada sala de operaciones del hospital.

–La verdad, no tengo ni idea. Será mejor preguntarle a Harriet —respondió un hombre caucásico, de pelo castaño claro.

Éste y el hombre que gritaba se acercaron a una mujer de pelo largo, por el pecho, y rubio. No tendría más de cuarenta años. Su semblante estaba maquillado; no obstante, muy poco, apenas se discernía.

–¿Qué es lo que ocurre, Matt? ¿Dany? —Les demandó a los hombres que dudaban de operar a Beckett.

–Harriet, ¿podemos operar a una embarazada? —El hombre al que la doctora Harriet había llamado Dany se retorcía, presa del pánico.

–¡¿Es que no os enseñaron nada en la facultad?! —exclamó, abriéndose paso a codazos –¿Dónde está la mujer?

Matt señaló a su izquierda y Harriet se dirigió a la camilla de Beckett.

*****

Castle apretaba los dientes. Todo lo que ocurría a su alrededor le estaba estresando. No podía dejar de dar vueltas de un lado a otro.

Lanie y Martha habían salido un momento para tomar el aire; sin embargo, lo que realmente hacían, era hablar sobre el estado de Beckett.

–¿De cuánto está?

–Creo que ya son cuatro semanas.

–¡¿Cuatro?! —dijo la mujer de cabello zanahoria –¿Crees que esto ha sido por el bebé? ¿Porque no lo está manteniendo? No debería trabajar tan duro...

–Son ya cuatro semanas, el retoño es todavía pequeño —explicó la forense –No se debe notar el embarazo... Y, no la pueden operar.

–Entonces, ¿qué es lo que harán? —inquirió Martha, señalando con la cabeza al edificio, se refería a los médicos.

Lanie se encogió de hombros, con preocupación.

*****

–No podemos operar a embarazadas.

Harriet contempló el rostro de sus compañeros, y negó con la cabeza. Luego se tornó a la inspectora.

›› Escúchame —La mujer rubia le echó un rápido vistazo al informe –, Kate. Debes saber que no podemos operar a embarazadas. Según lo que leo aquí, has sufrido una especie de desmayo. Vamos a tomarte la tensión y hacerte un electro. Supongo que sabes lo que es, ¿no?

Katherine asintió como pudo. Una sacudida de dolor abatió su vientre. Ella y la doctora le mandaron una mirada preocupada.

Dany y Matt condujeron la camilla hacia una sala blanca. Y allí dentro esperaron a que otro médico llegase, tomara la tensión y colocase las pequeñas y frías ventosas que conectarían con una máquina, para realizar el electrocardiograma.

*****

Al cabo de un rato, un joven, probablemente nuevo en aquel lugar, se aproximó al escritor. Carraspeó para que su voz sonase lo más madura y firme posible y dijo:

–¿Señor Castle? —Éste elevó su cabeza y lo contempló con mirada confusa. Lo que sentía por dentro lo podría calificar como agujero negro. Esa sensación de perderla. Tantas veces le había ocurrido... –Su mujer y el bebé están perfectamente. No se preocupe. Dentro de unos diez minutos podrá recibir visitas.

El chico de la bata verde se alejó, sonriendo. A continuar su labor.

Castle observó cómo se alejaba, a la vez que las interrogantes avasallaban su mente. ¡¿Bebé?! 

*****

Katherine abrió los ojos. Sentía un martilleó en ambas sienes. Deslizó su visión hasta su pecho, el cual ahora estaba cubierto por la típica bata que llevan los pacientes.

Inconscientemente dirigió la pálida mano hasta el cuello de la vestimenta, para levantarla un poco. Todavía tenía pegadas las ventosas, intentó quitarse una con la otra mano, pero se encontraba demasiado débil para poder separar los parches de su piel. 

Cuando el sonido de la puerta abriéndose llegó a su tímpano. Dejó caer la mano y con ella el cuello de la bata. Pudo ver que se trataba de su marido, mirándola con sus ojos azules tan expresivos. Ella inclinó la cabeza, intentando adivinar lo que pensaba. Sus luceros siempre resultaban una agradable pista, no podían ocultar gran cosa, y en ese momento parecían afligidos.

Richard forzó una sonrisa y se sentó en la silla blanca que había junto a la camilla de Beckett.

Él apoyó la mano sobre la sábana que cubría la mitad del cuerpo de Kate y ésta estiró la suya y rozó la de Castle.

–¿Qué pasa, Rick? 

–Nada, sólo que no pensé que volvería a verte.

Katherine le devolvió una sonrisa cansada y susurró:

–Debo de estar horrible.

–No, las batas de hospital te quedan muy bien.

Soltó una diminuta sonrisa y añadió:

›› Beckett, ¿no hay nada que me quieras decir? 

Le miró. Sintió que sus ojos estaban ardiendo. Que comenzaría a lagrimear, pero en su lugar, ni una lágrima caía por sus mejillas.

–Sí. Castle —respiró profundamente –, estoy embarazada.

*****

Por todas aquellas historias que vivimosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora