Entre las sábanas *LyM*

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chico x chica

Vivir con ella era una tentación constante. Su risa a través de las paredes, el olor que dejaba su pelo al pasar, la ajustada ropa con la que se paseaba por la casa. La costumbre que tenía de prepararnos el desayuno los domingos con tan solo una camiseta robada de mi tendedero y unas bragas, con el pelo recogido sin orden alguno también me tentaba, mucho. Sabía de sobras que no debía cruzar esa frontera, no quería perder años de amistad por un polvo furtivo, así que llevaba años escuchándola gemir tras la puerta de su habitación cuando pensaba que la música callaba sus gritos de placer por el vibrador. Y tocándome.
Además, habíamos hecho demasiadas bromas sobre nosotros, pero yo soy trans y se que a no todas las mujeres les gusta lo que tengo entre las piernas.

Pero un domingo fue demasiado. Me levanté horas antes de lo normal, a penas eran las siete de la mañana, y fui casi sin abrir los ojos al baño a mear. Juro que no me di cuenta, pero Marta estaba dentro duchándose. Cuando acabe, aún sin ser consciente de que no estaba solo, su voz llamó mi atención.
-¿Me das la toalla por favor Leo?
Y allí estaba. Desnuda, roja de la vergüenza, con las pupilas hermosamente dilatadas. Dios, su cuerpo era perfecto. Su cabello negro caía sobre sus hombros, dejando gotas que serpenteaban por todo su cuerpo. Su pecho, pequeño pero demasiado sexy, se agitaba nervioso. La repasé sin querer. Estaba depilada, toda entera.
-Si lo siento. - Con toda la dignidad que pude, se la entregué fingiendo no mirar y me fui. Estaba duro y empapado.

El día avanzó normal, sin tener en cuenta que me había corrido con la imagen de compañera de piso como nunca antes. Y siguió así hasta la noche.
Como todas las anteriores a ese día, nos pusimos juntos en el sofá a ver una película, esta vez una de tiburones para acojonarla. Cuando la propuse, no pensé que pasaría nada, pero si pasó. Cerca de las doce, cuando ya llevábamos en la cama una hora, Marta entró en mi habitación.
-¿Puedo dormir aquí hoy? No soporto a los putos tiburones.
-Claro. - Me aparté para hacerle un hueco en la cama, aunque era de matrimonio. Nos quedamos los dos mirando hacia el techo, sin estar seguros de que hacer a continuación, era la primera vez que nos veíamos en esa situación. Cogió uno de mis brazos (no llevaba camiseta, tan solo unos calzoncillos) y lo pasó por debajo de su cabeza. Nos tapó con cuidado, aunque lo cierto es que me estaba sofocando, y se pegó a mi cuerpo, envolviendo mi pierna con las suyas.
Me estas jodiendo, no lleva ropa interior.
-¿Estás cómoda? - Asintió.
-Hace mucho calor en tu cuarto.
-Lo sé. - No lo hace, eres tú que me haces arder.
De forma inconsciente, lleve la mano que rodeaba su cuerpo a sus hombros, y con la yema de los dedos acaricié suave sus clavículas. Suspiró. Y se acercó más a mí.
Sus manos pasaban por mi pecho, acariciando las cicatrices que tenía, haciéndome estremecer. Con la mano libre que me quedaba, la cogí de la cintura. No se apartó.
-No tengo miedo.
-También lo sé. - Y me besó. Sus labios acariciaban los míos con suavidad, pero con firmeza. Sus manos se movieron a mi cintura, y me condujo encima suyo. Apoyé mi peso en los brazos a ambos lados de su cabeza, y por impulso moví mis caderas para restregar mi entrepierna contra ella. Gemí, y estaba hinchado y palpitando de deseo.
-¿Estas segura de esto? - Gimió, y asintió. - Pues déjame matarte de placer.
Seguí restregándome un rato, aún con los calzoncillos puestos y empapándolos. La postura, aunque algo imaginatiba, me permitía sentir como mi clítoris se contraía, los espasmos de placer me enoloquecían, y a ella también.
Baje mis besos por su cuello, llegando rápido bajo las sábanas para acariciar su coño. Latía bajo mis dedos, empapado, como deshecho, y jugué un rato con su exterior hasta sentir que estaba parada.
-¿Puedo? - Asintió. - Respira.
Metí un dedo dentro suyo y presioné justo en el punto g, llevándome como recompensa un grito de placer. Estaba tan apretada joder, tanto. La toque como nunca había tocado a otra mujer, acariciándola con calma, llevándola al punto máximo para bajar el ritmo, y dejar que sé corriese sin control cuando no podía soportarlo más. Su interior se estremecía, me pedía a gritos que parase, que le diese más, que me jodieran. Yo solo quería que ella me jodiese.
-Por favor, déjame tocarte.
Algunas dudas me acecharon antes de quitarme los calzoncillos y tumbarme a su lado. Mi clítoris, mucho más grande de lo común gracias a la testosterona, latía desesperado por ella. Con curiosidad, acaricio por encima de la piel, bajando hasta la entrada, un núcleo de humedad delicioso. La arrastró todo con sus dedos y, como si supiese exactamente qué hacer, levantó la piel que protegía mi núcleo y acarició la punta. El calor me inundó, y supe que pronto me provocaría un squirt si no paraba de hacerlo tan bien. Y no paro. Empezó con movimientos circulares, tanteando de vez en cuando mi entrada y haciendo que me retorciese de placer.
-¿Puedo probar?
-Joder, claro.
Se adentró a las sábanas y lo succionó todo, apartando con un ágil movimiento la piel y encontrando esa vena que me hacía enloquecer. Lamió, succionó, me llevó al cielo, y cuando fue demasiado el placer, cuando sentía como irremediablemente estaba enloqueciendo, metió suave un dedo en mi interior, repitiendo mi movimiento con ella y dando justo en el centro de mi punto G, haciendo que me retorciera y gimiera su nombre.
-Ven.- La voz me salía ronca, entre suspiros y gemidos, porque Marta me estaba dando tan duro, tan delicioso joder, y estaba a punto de correrme.
Sacó sus dedos y volvió a mi lado, permitiendo que me tocase mientras metía dos dedos de golpe en ella. Joder.
Las pulsaciones se me aceleraron, toda la sangre se centro en un solo punto y el incontrolable instinto de dejarme llevar me dominó.
-Nena me voy a correr.
-Joder hazlo, estoy tan cerca.
Fue como una explosión, deliciosa y apabulladora.
Me corrí, grité y gemí como nunca, y dios lo repetiría hasta el fin de mis días.

Dulces PecadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora