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El pelinegro seguía hundiendo su cara en el cuello de la pelinegra, mientras ella acariciaba su cabello con suavidad. Sus sollozos eran escuchados por todos los presentes en la sala, él estaba conmovido y se sentía cálido a su lado.

— ¿Todo está bien, pequeño? —Preguntó suavemente. 

Él siguiendo en su cuello la miro de reojo, asintiendo. Tacto que hizo que su nariz rozará con el cuello y elevará los pequeños pelos de la pelinegra, colocándose en un estado nervioso; un leve sonrojó se hizo presente en sus mejillas blanquecinas.

Está vez el pelinegro hizo que la pelinegra se acostará, enrollando sus brazos entré su cintura, manteniendo su cabeza hundida en su cuello. 

Quería sentir su calor siempre.  

Aquellos presentes rieron por la acción del pelinegro. Lo que él no sabia es que la chica tenía varios días despierta, solo fingía para escuchar aquellas palabras que no pudo escuchar dos años atrás. Estuvo en rehabilitación esos días, se recuperó rápido, los únicos que sabían al respecto de ello eran sus padres y mejores amigos; sabían que al pelinegro le hacía ilusión y quisieron mantener el secreto. 

Hasta hoy que fue revelado. 

— No vuelvas a dejarme solo, por favor. —Susurro manteniendo su cabeza escondida en su cuello. 

Todos se retiraron de la sala, dejando a los dos pelinegros solos. 

La chica dejó de mirar el techo para quedar frente a frente, ambos mirándose fijamente a los ojos. Mientras el pelinegro rompió el silencio. 

— ¿Me extrañaste? —Preguntó con un brillo inmenso en sus ojos. 

— Mucho, más de lo que te imaginas. —Respondió colocando una de sus manos en la mejilla del joven con suavidad. 

El cerró los ojos por el tacto suave y relajante, tenía preguntas, muchas preguntas. 

Pero ella decidió hablar primero.  

— Tengo días despiertas, sabes? —Confesó y el pelinegro la miró sorprendido. — Solo que, quería estar bien, fui a las rehabilitaciones y por suerte ya puedo salir, ya que me recuperé rápido. Siento léveles dolores, pero todo bien. —Sonrió. 

Impactado por la situación, estampó su cara en su pecho. Ella sobresaltó, y al instante sintió su corazón latir con intensidad.  

— Al menos estás aquí. —La aferró mas a él con sus brazos. 

Duraron un buen rato, hasta que la madre de Hinata entró a la habitación. 

— Hina-san, puedes cambiarte para irnos, acá está tu ropa. —Avisó para dejar la ropa en uno de los mesones que allí se encontraban y salir. 

Ella movió a Ni-ki, quien se negaba a despegarse de ella. 

— Vamos Niki-san —Lo removió. 

— ¡No! —Se negó.  

— Solo me cambiaré, ve afuera y espérame —Intentó convencer al pelinegro. 

— No me iré. —Dijo firmé. 

— Si obedeces te compraré un helado. —Sonrió tiernamente mirándola. 

El pelinegro se paró con rapidez y de una vez salió de la habitación. 

Aquella pelinegra se levantó, agarró la ropa que se encontraba en el mesón y se la colocó. Eran unos monos anchos de color negro, una sudadera negras y debajo una camiseta gris ancha, acompañada de unos converses negros. 

Luego de unos minutos, ya se encontraba fuera de la habitación, con su cabellera escondida entre la capucha de la sudadera y sus manos en los bolsillos de los monos. Mientras en su boca se posaba una hermosa sonrisa brillante. 

El pelinegro corrió a ella a abrazarla, aquel pelinegro que en su momento tenía 16 y ahora tiene 18. La abrazó fuerte, ella rodeo sus brazos en la cintura del pelinegro, mientras su cabeza se posaba en su pecho. 

Los latidos del corazón de ambos se aceleraban cada vez que estaban cerca de uno al otro, el pelinegro aferrado a aquella pelinegra, pero felizmente con su regreso. En verdad la extrañaba. 

Extrañó cada parte de ella. 

Esa sonrisa característica en ella, esa luz en sus ojos, esas mejillas tan regordetas y blanquecinas, aquella presencia que hacía su vida perfecta. 

Ella siempre fue su luz

Quiero protegerte, déjame hacerlo [Nishimura Riki]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora