Capítulo 27 | Tortura

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TORTURA

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TORTURA

Me era imposible ocultar mi malestar. Fingir una sonrisa e interés hacia lo que ocurría a mi alrededor dejó de ser sencillo. La terapeuta nos advirtió que las cosas iban a empeorar antes de empezar a ver mejoras. De hecho, que debíamos percibir ese período como la prueba definitiva de nuestro amor por el otro y nuestro compromiso por la relación. No obstante, luego de dos sesiones, me sentía más desesperanzada que antes.

Roberto mencionaba cosas de mí que nunca había admitido que le molestaran, como querer siempre tener el control de la situación y mi nivel de inseguridad. ¿Por qué no se atrevió a enfrentarme al respecto antes? ¿Por qué no actuó para que lo resolviéramos juntos? Era cómodo habérselo guardado durante tanto tiempo para luego recriminármelo.

A diferencia de él, se me dificultaba hablar abiertamente con una desconocida sobre lo que cargaba por dentro. En mi mente, comparaba a Roberto con Christian, y me enfurecía el hecho de que a mi prometido le faltara la convicción de retarme a salir de mis zonas seguras, de ponerle más emoción a la relación, y de aferrarse a sus deseos por darme siempre la razón porque así era más fácil. Y, mi falta de comunicación durante la terapia, me hacía quedar como la que tenía más culpa de nuestro declive.

Estar en el apartamento me asfixiaba. Y para disminuir mi presencia allí y encontrar una válvula de escape, para no ser consumida por mi agobio, decidí regresar al gimnasio, a pesar de ser mitad de semana. Había desistido por saber que podría encontrarme con Christian allí, sin embargo, lo que hice fue ir una hora y media después de lo normal.

—Señora Velázquez, qué gusto verla de nuevo por aquí —me saludó Cristal.

—Gracias. No había vuelto por asuntos personales —repliqué dejando mi bolso en el suelo y sacando mi billetera—. Voy a pagar solo una semana para ver cómo me siento.

—Está bien, como más le convenga —sonrió—. Debe estar ocupada con los preparativos de su boda.

Le ofrecí una sonrisa tensa mientras me limité a asentir. Seguro había escuchado alguna conversación entre Azucena y yo. Tan solo la mención de ese evento, que estaba cada vez más cerca, se me removía el interior.

Aceptó el dinero que le di y tecleó algo en la computadora. Después me dio la llave del casillero que me asignó.

—Su amiga Azucena y Braulio se fueron hace poco —agregó.

—Ah, sí. Hoy se me complicó y no pude venir con ellos.

Que no mencionara a Christian me dio una mala sensación en el estómago, pero no era prudente preguntar por él. Me despedí de ella y fui hacia el pasillo que dirigía a los baños.

Como no había nadie cerca, respiré hondo varias veces para aliviar la presión en mi pecho. Volví a desear ser más fuerte de lo que era y simplemente escapar de todo. Conducir hasta llegar a otro país, o irme a una isla remota. En solo tres semanas sería el día que me había traído más angustias que felicidad.

Ataduras del Pasado [COMPLETA] | A Destiempo IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora