Laura lleva años con su primer novio; el hombre perfecto, el que su familia adora y sus amigas envidian. Lo ama. Eso se dice. Sabe que fueron hechos el uno para el otro, porque comparten los mismos gustos, las mismas metas y nunca discuten. Sin emba...
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CONSUELO
Me acabé la botella de vino y me comí una de las hamburguesas, mientras me lamentaba por los desenlaces del día. Ya me había quedado sin mi modelo a seguir y sin mi amiga, estaba a un paso de también quedarme sin prometido y sin boda, y quizá pronto sin trabajo. Todo se desmoronaba y no veía la manera de regresar las cosas a cómo eran. Mi vida estaba en crisis y el miedo a fracasar ya no existía, porque estaba justo en ese punto. Había tocado fondo.
A oscuras en mi departamento, me tendí sobre la cama —la cual se sentía más grande— y comencé con otra botella. Intenté ver algo en el celular para distraerme, pero no lograba concentrarme lo suficiente. Continuaba repitiendo en mi cabeza cada gesto y cada frase de ese día. Mariela apoyando a su sobrino acosador y la sumisión de las mujeres. Roberto admitiendo su infidelidad y confirmando sus sospechas sobre Christian y yo. Azucena insultándome y terminando nuestra amistad.
Yo sabía que permanecer enfrascada en esos pensamientos no me daría tranquilidad. Sin embargo, me reí ante la idea de escribir un artículo sobre la presión de las mujeres en nuestra industria y la cara que pondría Mariela al leerlo. Jamás dejaría que lo publicaran y tal vez así ella idearía un plan para que me despidieran. Pero me iría dándome ese gusto y habiendo acusado a Juan. Después de eso, todo podía terminar de irse a la mierda.
Al notar la pesadez en mi cabeza y que las risas producidas por escenarios hilarantes que se formaban en mi mente se tornaban difíciles de controlar, puse la botella en el suelo para parar de beber. Me quité la falda y me desabroché la camisa sin levantarme de la cama. No había revisado la hora, pero debía ser bastante tarde, por lo que era momento de esforzarme por dormir.
Acostada de lado abrazando una almohada, sentí un frío extraño y tuve ganas de llorar de nuevo. Percibía un vacío agobiante en mi pecho. La culpa me susurraba que me merecía esa soledad. ¿Acaso yo era una mala persona?
Tan pronto como se formuló esa pregunta, negué. Me había equivocado y lastimado a personas que quería, pero eso no me convertía en una villana. Estaba sufriendo debido a ello. Alguien malvado no sentiría remordimiento. ¿O sí?
Dándome cuenta de que estaba lejos de lograr dormirme, tomé otra decisión estúpida a cambio de silenciar mi mente por varias horas. Estiré el brazo y abrí el cajón para sacar mi frasco de pastillas para dormir. Examiné una por unos instantes, consciente de que era riesgoso por el vino en mi organismo. El doctor lo había dicho. No obstante, añoraba que ese día por fin llegara a su fin y un poco de calma. Un poco de peligro para acallar el tormento no lo vi tan grave.
La tragué y me di la vuelta para esperar que hiciera efecto.
***
El ruido del timbre amenazando con destruir mis tímpanos me sacó del sueño. Las punzadas en mi cabeza eran insoportables, sin embargo, sabía que eran por la cantidad de vino que bebí. En mi boca había un sabor amargo, el recuerdo de haber vomitado en la madrugada. Al hacer el edredón a un lado y sentarme en el borde de la cama, la habitación se tambaleó un poco. Mi rodilla dolió por el golpe que me di horas antes camino al baño.