Extra 4 | Mejor

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Christian:

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Christian:

Me despedí de mi madre y dejé que ella terminara la videollamada. Las conversaciones eran más seguidas que antes. Su interés y respeto por lo que hacía era más palpable. Y en algún punto, influenciado por Laura, paré de hacerlo por compromiso y empecé a disfrutarlo de verdad. Sin esa presión de estar siendo juzgado; con la libertad de compartir lo que fuera.

Laura era responsable de eso. Si esa mujer, tan metódica y perfeccionista, había apostado por mí, ¿por qué no esforzarme a ser mejor por ella?

Me apoyé de la isla de la cocina, con una taza de café en la mano, y miré hacia el balcón. Allí estaba ella, del lado otro de esa puerta plegable de vidrio, en bata y con el cabello húmedo, hablando por videollamada con Roberto.

Había puesto la misma expresión de culpa de siempre, antes de avisarme que saldría un momento para no interferir con la conversación que tenía con mi mamá. No eran celos, pero deseaba poder escuchar de lo que hablaban.

Como si sintiera mi atención sobre ella, levantó la vista hacia mí. Alcé la taza que había preparado para ella. Me lanzó un beso y me hizo una seña para indicarme que ya venía.

Ese gesto alivió un poco mi curiosidad. Roberto y Laura habían quedado como amigos y eso me daba tranquilidad. Era innegable lo importante que había sido él para su vida y un lazo así no desaparecía del todo. Cada uno tomó su tiempo para sanar y luego retomaron el contacto. Laura me lo había dicho, e incluso me preguntó si estaba de acuerdo. ¿Cómo no hacerlo si —exceptuando al señor Velázquez— él era el segundo hombre en el que podía confiar Laura ciegamente? No podía quitarle eso.

Me acabé el café y decidí lavar los platos del desayuno, para no dar la impresión de que la vigilaba. Al terminar y estarme secando las manos, oí la puerta del balcón abrirse y volverse a cerrar. Laura vino hasta mí y me dio un breve beso. Habíamos hecho el amor hacía menos de una hora, pero mi primer pensamiento fue desatar el nudo de la bata y llevarla al sofá. Quise reafirmar que continuaba siendo mía.

—¿Cómo está Roberto? —fue lo que terminé diciendo.

Sonrió—. Gracias por el café. —Agarró la taza y se sentó encima del mostrador. Yo esperé la respuesta—. Está bien. Adaptándose.

¿Qué tanto compartía con él? ¿Acaso alguna inseguridad o duda referente con lo nuestro? Roberto fue su lugar seguro por años y no sería extraño que lo continuara viendo así. Ahora eran amigos. A veces los amigos servían más de confidentes que las propias parejas.

—¿Nunca te dice que te extraña?

Laura arrugó la frente y puso la taza a un lado—. No. ¿Por qué la pregunta?

—¿Tú alguna vez lo has extrañado?

Laura se bajó del mostrador. No le agradó hacia donde se dirigía la conversación y quise haber tenido el autocontrol suficiente para evitar soltar esas interrogantes cargadas de inseguridad.

—Fui a terapia, Christian. Trabajé en mí para estar bien conmigo y así hacer que esto funcionara —replicó—. Roberto es mi amigo, pero te elegí a ti. Mandé todo a la mierda para estar contigo. Roberto está bien donde está y saliendo con alguien. Lo nuestro se acabó para siempre.

Y yo era el idiota más grande del mundo por estar cuestionando eso, sobre todo porque ya habíamos tenido charlas de ese tipo. Debía soltar esa inseguridad de no ser suficiente para ella. La amaba y me preocupaba su bienestar, y si actuaba en consecuencia de esos dos principios, tenía que bastar. Pero me asustaba que, por fin siendo esa ilusión real, ella decidiera dejarme. Como Ximena lo hizo. Que luego de tanto insistir para que abriera los ojos, hubiera cedido y se arrepintiera.

—Escuché cuando tu mamá el otro día te preguntó por nietos —confesé.

Su expresión se suavizó. Ese era otro tema sensible.

Yo sabía que lo que seguía después de casarse con Roberto era tener hijos. Ella ya había estado en ese punto y tuvo que haberse estado preparando para esa realidad. Eso era lo normal y ambos contaban en ese momento con la estabilidad para afrontarlo. Nosotros no. No todavía.

—Cuando quiera ser mamá, te lo diré. ¿Bien? —Tomó mis manos—. Lo que tengo actualmente es suficiente. Está bien deambular solo los dos por un tiempo.

Asentí, pese a que, si me lo pidiera en el siguiente minuto, no me negaría. Podía renunciar a los viajes por un tiempo por ella, por ellos. Podía establecerme en un sitio y decorar un cuarto de bebé. Podía dedicarme a eso y encontrar un trabajo convencional, sin importarme no haber cumplido aún con todos mis objetivos. Podía ponerlo en pausa. Por Laura y mi familia con ella, lo haría.

Sin embargo, era consciente de que ella no me pediría algo así. No era egoísta. Era capaz de degradarse en su lista de prioridades y eso me podía nervioso. ¿Y si se lo guardaba, cargaba con eso y luego con los años me lo recriminaba? No me lo perdonaría.

—¿Lo prometes? —murmuré—. Sin importar en qué etapa o proyecto me encuentre.

Asintió—. Lo prometo.

Puso sus brazos alrededor de mi cuello y me besó. La mantuve cerca colocando las manos en su cintura. La hice girar para aprisionarla contra la isla. Mis dedos encontraron la tira de su bata y la halaron para abrirla.

La verdad era que debía enfocarme en disfrutar del presente con ella. De su aroma. De su piel. De su forma de ser. Lo que fuera que nos deparara el futuro, lo resolveríamos, porque nos hacíamos mejores y estábamos atados por nuestro amor.  

  

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Ataduras del Pasado [COMPLETA] | A Destiempo IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora