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Cuando tenían seis años, Hajime prometió que siempre sería el mejor amigo de Tooru.

A los quince, Hajime volvió a prometer que siempre sería su mejor amigo –sin importar que.

Ambos estaban acostados en el patio trasero de la casa de Hajime. El sol de verano proyectaba sombras largas y profundas en los pastos altos. La confesión de Tooru se asentó pesada en el aire; la tensión aplastó como un yunque todo su ser. Unos minutos habían pasado, pero ninguno habló. Tooru cerró los ojos, el arrepentimiento crecía y amenazaba con desbordarse mientras su estómago daba volteretas. Lo único que escuchaba era el llorar de las cigarras e incluso más tenue que eso fue el ritmo de la uniforme respiración de Hajime. El silencio se prolongó hasta que Hajime lo rompió

– Entonces ¿Te gustan los chicos?

A Tooru lo inundó la vergüenza al escuchar su confesión ser repetida; Hajime lo tomó como la confirmación que necesitaba. Hajime arrastró su mano hasta encontrar la de Tooru. Tooru sintió su aliento petrificarse cuando Hajime entrelazó sus dedos y apretó lo más fuerte que pudo. La opresiva sensación del aire se disipó tan rápido como su había situado y soltó el aire que sabía estaba reteniendo.

– Si crees que esto cambia las cosas, no es así. Siempre serás el dolor más grande en mi trasero.

Hajime se giró de lado. Levantando sus dedos para colocar un beso casto en donde sus manos se conectaban. Tooru olvidó cómo pensar.

– Siempre serás mi mejor amigo y no importa lo que hagas, no voy a pensar diferente. Lo prometo.

Y por primera vez en su vida Tooru no tenía ganas de llorar.

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