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Su nueva posición como asistente del entrenador de voleibol era el cambio que necesitaba. El sonido de los balones golpeando el piso pulido le brindaba una especie de serenidad que no había sentido en mucho tiempo. Su equipo de chicas era genial –determinadas, centradas, afables, y sobre todo, extremadamente habilidosas. Rápidamente se convirtieron en la familia que por tanto tiempo deseó desde que concluyó la preparatoria. El éxito de su equipo se sentía propio y por primera vez en un largo tiempo, Tooru estaba moderablemente complacido consigo mismo.

Armó un horario consistente: despertar a las 6 AM, ir a nadar a la alberca comunitaria, tomar un desayuno ligero, trabajar, preparar la cena, y luego un poco de lectura nocturna. En los espacios intermedios se mantenía ocupado limpiando, trabajo voluntario, actividades del equipo, y el amigo ocasional. Era más fácil sentirse menos solo cuando estás constantemente ocupado –y funcionó, hasta cierto punto.

Hajime está ocupado y no piensa en ti ¿Así que porque gastar tu tiempo pensando en él?

Pasaron meses – ¿Cuatro? ¿Seis? Tooru en verdad no sabía –desde su mudanza a Osaka la comunicación con Hajime se redujo a un goteo. Podía ver desde Instagram que él también estaba extremadamente atareado: finalmente graduado de la escuela de medicina, siendo aceptado en el programa de residencia élite en el hospital de Tokio, y con su fiesta de compromiso a la cual Tooru jamás recibió una invitación. Eran en esos tranquilos instantes a las 2 AM que se permitía pensar en Hajime: se permitía imaginar que quién estaba de pie junto a Hajime durante todos esos hitos era él y no ella.

Tooru intento sacar a Hajime de su mente; falló espectacularmente cada vez.

Se había dedicado a buscar contacto donde fuera que pudiera obtenerlo. El sábado por la noche, sin falta, estaba buscando a alguien que tal vez fuera lo suficientemente bueno como para ser Hajime. Él, también, a menudo fallaba en eso.

La música en el club era ensordecedora. La ominosa iluminación creaba un aura sobre el movimiento de los cuerpos en la pista de baile. Tooru estaba sentado junto a la barra, mirando a la multitud en busca de rasgos familiares: corto pelo negro, piel perfectamente dorada, y ese aire de confianza que Hajime llevaba tan bien. Debe haber sido su noche de suerte. Ojos marrones oscuros se encontraron con los suyos desde el lado opuesto del bar y Tooru sabía que no pasaría la noche solo, de nuevo.

Las caderas de Tooru fueron presionadas contra la cama, sus dedos luchando por aferrarse a las arrugadas sábanas. No podía diferenciar si era el alcohol corriendo por sus venas o un genuino interés en el cuerpo sobre él lo que lo estaba volviendo tan descarado; tan abierto. No había querido ser tocado en meses, no desde la última vez que Hajime lo abrazó. Su mirada se fijó en el techo mientras sus dedos recorrían los cabellos oscuros. Si cerraba los ojos lo suficientemente fuerte podía imaginar que era alguien más quien cuidadosamente lo dilataba, hundiéndose en su interior, y dándole la liberación que merecía.

Las marcas en su cuerpo tardaron semanas en desaparecer. Sin importar cuan fuerte las tallara en la ducha –por lo general hasta dejarlas a carne viva, a punto de sangre –no desaparecerían

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