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Tres casi silenciosos golpes en la puerta fueron seguidos por un suave: –Oikawa-san

Tooru sabía que ella estaba ahí incluso antes de que reuniera el valor para tocar. Se deslizó bajo las sábanas y dudo antes de envolver sus dedos alrededor de la perilla. El metal frío contra su piel –estaba seguro que sus manos se encontraban más frías.

Masumi se veía hermosa como siempre. Su cabello estaba corto en un corte bob, sus rasgos se habían adelgazado al perder la última grasa de bebé que llevaba en su cara en la universidad. Sus ojos tenían la misma mirada inquisitiva que Tooru siempre había recordado y sentía demasiado incómoda para encontrarla. En cambio, buscó el anillo en su mano izquierda. El anillo era extremadamente simple, pero le quedaba bien. Tooru, por instinto, miró hacia abajo a su mano izquierda

Nada.

– ¿Cómo te sientes Oikawa-san? –Tooru volvió a la realidad y dio un paso atrás para dejarla entrar en la habitación, yendo a sentarse al borde de la cama.

– ¡Mucho mejor, Kurogane-kun! Feliz de poder sentirme como mi normal yo –rio. Mientras que los medicamentos ciertamente ayudaban, Tooru mentía con todos los dientes. Una ojeada a Masumi y ella lo sabía también.

Nivelándolo con una mirada firme, ella volvió a preguntar.

– ¿Cómo te sientes realmente?

Cómo si me quisiera jodidos morir. Como si quisiera caminar por esa puerta e irme tan lejos a donde ninguno de los dos me pudiera volver a ver. Cómo si todo mi mundo se estuviera terminando y me lo restregaran en la cara constantemente; ser forzado a comer y ahogarte con ello.

Tooru no podía darle esa respuesta –su boca filtrando lo que su mente trataba de que dijera. Solo pudo darle una sonrisa húmeda. Y en ese momento, Tooru se dio cuenta de que acababa de revelar su más grande secreto de su vida. Sin ninguna palabra dicha en voz alta para que Masumi escuchara:

Estoy enamorado de Hajime.

– Oikawa-san, perdóname si esto es muy imprudente ¿Pero por cuánto tiempo?

– Mi vida entera.

Masumi tarareó un asentimiento.

– Sabes que algunas noches no duerme, pensando en ti –ella continúo–. Se preocupa hasta que las ojeras bajo sus ojos son tan oscuras como un moretón.

Tooru no sabía que decir. La mano de Masumi tomo la suya firmemente, la banda de su anillo se encajó con dureza sobre su piel. Sus manos estaban libres de imperfecciones mientras que las de Tooru estaban llenas de heridas y cicatrices.

Ella pauso.

Tooru se mantuvo quieto.

–...No te culpo –su voz era clara y tranquila–. Pienso que siempre lo supe, él solo no lo aceptan aún, creo.

Arrepiento llenó cada hendedura en el cuerpo de Tooru: cada vena, cada hebra de cabello, cada célula.

– Lo siento tanto –susurró.

– Te perdono.

Sus palabras se sentían como dagas, como docenas de pequeños cortes de papel que salpicaban su piel. Tooru podía ver en sus ojos que estaba diciendo la verdad; sus ojos grandes y llenos de comprensión.

El sollozo ahogado del otro lado de la puerta hizo que la sangre de Tooru se enfriase, su mano dejando la de Masumi en un instante. Los ojos de Masumi estaban hacia abajo mientras se roía el labio inferior.

Pies rápidamente se alejaron y luego hubo silencio.

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