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Pasó un día, luego dos, luego tres, luego-

– ¿Oikawa? ¿Estás en casa? ¡Oikawa!

Salió de la habitación y caminó hacía el corredor. Su visión se encontraba nublada. Sentía que había un ligero velo de gasa sobre sus ojos. Las cortinas estaban cerradas, aún así, la luz lastimaba sus ojos. Se encontraba oscuro y vagamente podía distinguir la silueta del hombre: cabello revuelto, hombros anchos, ropa suelta. La realización llegó a su cerebro; como el fuego a un fósforo.

– ¿Iwa- Iwa-chan? –graznó, acercándose a la figura.

Tetsurou se congeló.

– ¿Qué? –dijo–. Oikawa ¿Qué? Soy yo, Tetsurou; soy Tetsurou ¿Me recuerdas?

El aliento de Tooru tembló en el silencio. Le picaron los ojos y levantó las palmas de las manos para presionarlas contra sus globos oculares. Sollozó, los hombros temblando y con dolor en el pecho. Tetsurou dejó caer su bolso y se acercó, envolviendo sus brazos alrededor de Tooru para mantenerlo de pie; sus rodillas cedieron, quería desplomarse en el suelo. Sin embargo, Tetsurou no lo permitió, sus brazos enganchándose fuertemente bajo las axilas de Tooru, mientras se movía para acunarlo. Las suaves palabras arrulladoras de Tetsurou eran calmantes en comparación con el zumbido en sus oídos. Tetsurou empujó con los hombros la puerta del baño, dejando que Tooru se desplomara contra él mientras llenaba la bañera. Tooru se aferró a él; siempre había sido más fuerte de lo que le daba crédito.

– Vamos –susurró Tetsurou cargándolo hacia la bañera; aún vestido–. Buen chico; muy bien, cuidado con tus pasos.

Tooru no apartó las manos. Sus ojos comenzaron a dolerle, pero mantuvo las palmas apretadas allí, como si pudiera, con suficiente presión y pura fuerza de voluntad, hacer retroceder las lágrimas que amenazaban con derramarse.

Hajime, Hajime, Hajime.

Tooru, quiero que seas mi padrino de bodas

Entonces, no pudo respirar.

Gritó, luego lloró.

Tetsurou no parecía sorprendido. Arrancó los dedos de Tooru de su cara. Había estado arañando la piel, con marcas de color granate que manchaban sus rasgos pálidos y demacrados. Tetsurou sostuvor sus manos hasta que dejó de temblar y solo lo soltó cuando ya no sentía que lo estaban comiendo de adentro hacia afuera. Algo terrible se había anidado dentro de Tooru, y quería salir–salir– salir.

– ¿Oye, Tooru, te estás sintiendo mejor? V-voy a darte una ducha con agua fría para que no te desmayes ¿Estás bien con eso? –Tetsurou preguntó. Su voz sonaba a kilómetros.

Tooru asintió. Con un suspiro, Tetsurou se puso de pie y agarró el cabezal de la ducha. Encendió el agua fría, y la roció sobre la cabeza y los hombros de Tooru.

No podía sentir nada. Estaba entumecido, de pies a cabeza, por dentro y por fuera.

Tooru miró los azulejos que tenía ante él. Brevemente, registró que Tetsurou se sentó a su lado, y acarició con una mano arriba y abajo su espalda, su otra palma apretando su hombro. Tetsurou podía sentir las vértebras de su columna vertebral, que sobresalían profusamente y extremadamente delicadas a la vez.

– ¿Quieres contarme que fue lo que ocurrió, ahora? Intenté llamarte, pero tú-

Tooru no encontró palabras.

Las lágrimas salieron de nuevo, lentamente, y después todas.

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