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Un techo blanco, paredes azul celeste, y sábanas crujientes.

Recordaba está habitación.

Creo que estoy enamorado de Masumi.

Estamos comprometidos.

Tooru, quiero que seas mi padrino de bodas.

El hogar de Hajime.

Espera, no solo la casa de él. Era la casa de los dos.

Tooru se sentó en la cama; iba a vomitar- tenía que salir de gracias ¿Por qué lo traería aquí? Tooru se tropezó con las sábanas mientras se apresuraba a vestirse, sus ropas estaban en una maleta en el clóset. La bolsa se sentía pesada en su mano, el peso le aseguraba que no estaba viviendo una especie de vivida pesadilla. Tooru abrió la puerta de la habitación; el marco traqueteó con dureza en su esfuerzo

Casi estaba afuera, tan cerca de escapar cuando de pronto una figura lo encerró al final del pasillo. Tooru elevó la mirada –ojos llenos de pánico– y deseó no haberlo hecho. Hajime se encontraba ahí parado con los brazos cruzados firmemente en el pecho, su boca contraída, y sus cejas fruncidas con preocupación. Pero fueron sus ojos lo que hizo a Tooru mantenerse quieto– no podía identificar la emoción tras ellos.

– H-Hajime, en serio necesito salir de aquí. Yo -solo- mierda, en verdad no puedo estar aquí. No ahora y- por favor quítate de mi camino –Tooru le rogó, consiguiendo el coraje para acercarse. La expresión de Hajime era inmóvil; parecía que su presencia solo crecía más imponente a medida que se acercaba.

– Soy un maldito adulto, mierda- Necesito irme ¿Por qué no me puedes escuchar? Yo- yo no puedo estar aquí maldita sea, Dios –Tooru estaba prácticamente gritando. Su cara estaba a centímetros de la de Hajime. Su respiración salía acelerada, casi maníaca. Tooru dejó caer el bolso al piso en un sonido fuerte y sintió su débil puño colisionar contra el pecho de Hajime.

– Tu- tu no puedes hacerme esto. Por favor –la última parte huyó de sus labios en un susurro ahogado. Su cabeza colgaba baja con la esperanza de que Hajime no viera las lágrimas cayendo en cascadas por sus mejillas, no lo hizo. Y por lo que pareció la millonésima vez en la vida de Tooru, Hajime lo abrazó. Era aplastante, lleno de alma, y exactamente lo que Tooru necesitaba.

– No te puedo dejar ir. Debiste verte hace dos días. No puedo –dijo.

Incluso Tooru pensó que su corazón se rompía, y por eso se quedó.

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