Capítulo 8 - Alison

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Hacía varios minutos que ese desgraciado me había dejado por fin a solas. Me encontraba tirada en la cama, sin poder moverme por los golpes y con las muñecas atadas. Mientras me violaba me había gritado una y otra vez que le temiera, que gritara y demostrara el pánico que sentía. Pero yo no era alguien que se dejara mostrar tan vulnerable ante nadie como para hacer eso. Me había resistido, había aguantado todos y cada uno de los brutales golpes que me había dado en la cara cada vez que se enrabietaba, pero en ningún momento le había dejado ver que le temía.

Cerré los ojos al escuchar de nuevo la puerta. ¿Qué tocaba ahora? ¿Vendría otra vez a seguir con la diversión o me matarían?

Por suerte no era él, aunque no sabía si realmente podía llamarlo suerte. Al fin y al cabo, Caleb era el asesino, no el otro tipo. Se acercó hasta donde yo estaba y se sentó a mi lado en la cama. Ni siquiera hice el esfuerzo de intentar huir, me dolía demasiado todo el cuerpo.

Me cogió las manos con cuidado, lo que me sorprendió, y examinó la cuerda que las mantenía inmovilizadas.

— Ese malnacido, siempre apretándolas tanto. —Fue lo único que dijo.

Aflojó un poco la atadura y sentí un enorme alivio en las muñecas. Tal y cómo había dicho, antes de llevarme hasta la cama se había asegurado de apretarlas lo más fuerte que pudo. Se me habían clavado tanto que hacía rato que no sentía los dedos.

Le miré sin entender nada. Desde el primer momento había intentado que la cuerda no me hiciera daño, pero... ¿Por qué? Se supone que él era el malo, ¿no? ¿Por qué tenía entonces la sensación de que se preocupaba por mí?

— Siento haberme ido, pero no tengo otra opción.

— ¿A qué juegas? —le dije enfadada—. ¿Estás intentando hacerme creer que estás de mi parte para que baje la guardia?

— No estoy de parte de nadie, simplemente no me gusta lo que hace.

No pude evitar reírme, eso había sonado bastante hipócrita por su parte.

— ¿Y dices eso precisamente tú? Hiciste lo mismo que me ha hecho él a algunas de las mujeres que mataste.

— Creo que habrás podido comprobar por ti misma que no soy yo el que hace esas cosas.

Me quedé callada sin saber que responder. Todo lo que creía saber sobre su caso estaba empezando a desmoronarse. Tenía sentido que ese desconocido estuviese implicado, le daba una explicación razonable a las múltiples contusiones que presentaban las víctimas. ¿Estábamos hablando entonces de dos asesinos?

— ¿Quién eres realmente? —No perdía nada por preguntar.

— Caleb Stein, creía que lo sabias de sobra.

— No me refiero a eso, sino hasta qué punto estas implicado en todos los asesinatos de los que se te culpan.

Hubo un breve pero eterno silencio en el que ambos nos miramos a los ojos casi sin pestañear. Ya me había fijado en ellos la primera vez que me había obligado a mirarle, pero no había querido aceptar lo hermosos que eran. El color marrón claro se mezclaba con montones de destellos amarillentos, creando una bella e impactante tonalidad.

— He matado a todas y cada una de ellas —dijo al fin—. Deberías tenerme miedo y no confiarte demasiado.

— Me acabas de decir que el responsable de las agresiones a las chicas es ese hombre, ¿y ahora dices lo contrario?

— No he dicho lo contrario. Yo soy el que acaba con sus vidas, simplemente.

Si no había entendido mal, me acababa de confirmar que ambos trabajaban juntos. Caleb secuestraba y les daba el golpe final, mientras que ese hombre, cuya identidad desconocía, hacía el resto.

— ¿Has venido a matarme entonces? —pregunté sin rodeos.

— No, pero te agradecería que dejaras de hacer preguntas.

Quería preguntarle muchas cosas, pero algo me dijo que no siguiese si quería seguir con vida.

Miré hacia otro lado para evitar tener contacto visual con él. Era mi forma de decirle que estaba molesta, pero dudo que a él le importara eso. Sólo era una rehén a la que matar, ¿no es así? La actitud que tuviera era bastante insignificante teniendo en cuenta cómo iba a acabar todo. Sin embargo, me sorprendió con creces cuando me cogió de los hombros con cuidado y me ayudó a levantarme. Su intención era llevarme de nuevo hasta la silla, pero tenía una forma muy extraña de hacerlo. Desde que me tenían allí encerrada había intentado no hacerme daño y eso tiraba abajo la imagen mental que tenía de él.

— Intentaré traerte algo de comer, pero no puedo prometerte nada —me dijo una vez se aseguró de que no me podía mover.

— ¿Por qué te preocupo tanto? —No pude evitarlo, tenía un lío enorme en mi cabeza y necesitaba respuestas.

— ¿Qué he dicho de las preguntas? No voy a contestarte a nada.

— La policía y la prensa te han puesto como un auténtico monstruo sin sentimientos. Comprenderás que me choque bastante que te preocupes de si las ataduras están demasiado fuertes, o de no hacerme daño cuando me tocas... y qué decir de traerme comida a escondidas. No me la cuelas, intentas mantener esa imagen de chico malo que el mundo cree que eres, pero empiezo a creer que todo es una patraña.

Se puso muy serio. No sé qué es lo que dije exactamente, pero le enfadó bastante y me maldije a mí misma por haber hablado más de la cuenta. Esa manía mía, sin duda, era la que me iba a matar algún día.

Se inclinó hacia mí y me agarró del cuello mientras me amenazaba con la mirada. No me apretó demasiado, no me hizo daño, pero en ese instante sufrí un shock tremendo al verle de esa forma.

— ¿Mantener la imagen de chico malo? ¿Quién te crees que soy? —Me miraba a los ojos de forma muy intimidante—. Si el mundo dice que soy un monstruo, entonces créetelo, porque es la verdad.

Me soltó y retrocedió dos pasos sin dejar de mirarme. No sólo estaba asustada, sino también muy confusa. No sabía en qué creer, por un lado, había tenido la impresión de que no era el chico al que todo el mundo temía. Después de descubrir que había una segunda persona involucrada en los asesinatos, empecé a creer que Caleb no era tan malo como lo habían pintado. Pero lo que acababa de vivir me había llevado de nuevo a pensar en él como un potencial asesino sin escrúpulos. Como ya os he dicho, no me hizo daño, pero algo en su mirada había hecho que todos y cada uno de los músculos de mi cuerpo se paralizaran.

— Si no quieres comer, no me molestaré en perder mi tiempo buscándote algo. Tal vez morirte de hambre será mejor para ti que apuñalarte hasta que me aburra.

Dicho eso, se fue y me dejó sola otra vez. Conseguí reaccionar un par de minutos después y caí en la cuenta de la cagada tan monumental que acababa de cometer. No sólo le había provocado, sino que me había quedado sin comer. No sé cuánto tiempo llevaba allí, pero tenía muchísima hambre y después de resistirme cuando ese desconocido abusó de mí, no tenía casi fuerzas para mantenerme en pie. Aunque bueno, tampoco es que pudiera hacerlo en una situación como aquella. Estaba atada de pies y manos, era imposible.

Intenté mover las muñecas de nuevo para quitarme las ataduras, pero tenía unas agujetas considerables después del último intento y me resultaba demasiado doloroso hacer cualquier movimiento. Ahora sí que estaba perdida.

Notas de una historiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora