Capítulo 11 - Caleb

6 1 0
                                    

Después de salir del sótano fui hasta mi dormitorio y me encerré en él. No sabía si Thomas seguía en la casa o se había vuelto a ir, pero no me apetecía cruzarme con él y verle la cara. Estaba muy harto de todo y no sabía si aguantaría mucho más esa vida, pero no me quedaba otra que seguir tragando.

Me tumbé en la cama y pensé en esa chica a la que ni siquiera le había preguntado su nombre. Así funcionaba siempre, las traía, él se cebaba con ellas y luego...

Pero ella era diferente, tenía un carácter fuerte y una valentía digna de admirar. ¿Durante cuánto tiempo sería capaz de mantener esa entereza? Puede que eso le ayudara a seguir con vida un poco más de tiempo, pero estaba seguro de que tarde o temprano acabaría derrumbándose. Era una pena, pues me había caído bien. Nunca había tenido tiempo para conocer a ninguna de ellas, normalmente Thomas pasaba horas y horas encerrado en el sótano haciendo toda clase de atrocidades y yo me mantenía al margen. En cambio, esta vez tenía poco tiempo para estar en la casa y eso me había dado la oportunidad de hablar con ella. Había sido un error, pues cuando la había dejado a solas con él, me había dolido más que cualquiera de las anteriores y eso no era bueno para mí. No me convenía cogerle cariño, ya tenía suficiente con sufrir por una persona como para añadir a alguien más al repertorio. Su destino era morir y no podía dejar que naciera ningún tipo de sentimiento hacia ella.

Thomas entró sin llamar, siempre lo hacía. Le daba igual que yo quisiera estar un rato a solas o no, la intimidad era algo que perdí aquel maldito 5 de agosto de hacía tres años.

— ¿Qué haces aquí? —me preguntó con autoridad.

— Descansar, estoy agotado —respondí retirándole la mirada—. Es lo que tiene conducir durante dos horas y media, deshacerme de un cadáver, pasar la noche como puedo en algún lugar en el que nadie me encuentre, llevarme a otra chica y comerme otras tres horas de carretera para volver.

— No deberías quejarte tanto.

— ¿Ahora tampoco tengo derecho a eso? ¿Qué será lo próximo? ¿Atarme a mí también a una silla para que no me mueva de donde tú quieres que esté?

Lo había visto venir, pero había llegado un punto en el que todo me daba igual. Thomas me dio un fuerte puñetazo en la cara y empezó a caminar de un lado para otro por la habitación respirando hondo una y otra vez. No era la primera vez que le sacaba de sus casillas, ni la primera que me golpeaba de esa forma y seguramente llegaría un día en el que su paciencia se acabase. Pero no podía matarme, no le convenía.

— Baja ahora mismo al sótano y vigílala. Tengo que salir durante un par de días —me ordenó furioso.

— ¿Y qué quieres que haga ahí bajo durante tanto tiempo?

— ¿Acaso tienes algo mejor que hacer? Asegúrate de que no escape y si quieres torturarla hazlo, tienes mi permiso. Todo sea para que esa niñata empiece a tener un mínimo de miedo.

— No soy como tú, no pienso tocarla.

Hubo un silencio tenso e incómodo en el que, por su mirada, pensé que me daría una paliza. Pero no pasó nada, sólo me tiró con rabia un libro que tenía a mano de la estantería y me dio la espalda para irse.

— Espero que cuando vuelva siga aquí, si no, alguien lo pagará caro.

Después de la amenaza, cerró la puerta de un portazo. No me moví de la cama hasta rato después cuando escuché su coche alejarse.

No me apetecía bajar de nuevo y que empezara otra vez a acribillarme a preguntas, aparte de que estaba enfadado por lo que había pasado antes. Sin embargo, sus órdenes habían sido claras. Podía quedarme allí y decirle que había estado todo el tiempo en el sótano vigilándola, pero me arriesgaba a muchas cosas, entre ellas a que escapase.

Notas de una historiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora