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Antes pensaron que la tormenta había menguado, creyeron que el amor logro superar los males que habían llegado anoche. Pero grave fue el error.

— ¿Ustedes planeaban irse? —cuestiono Agustín a la enfermiza mujer postrada en la cama.

Afuera se oían ruidos estruendosos, vientos despiadados, lluvias infernales, rayos furiosos y gritos de espantó.

Imelda no respondió, cada gritó era una tortura, quería ir y socorrer a Bruno, pero ahí estaba postrada sin poder moverse.

Agustín, Félix, Adolfo y Jerónimo estaban confinados para resguardar a la mujer.

— no creo que eso sea importante ahora, no con la tormenta allá afuera — dice Jerónimo, a lado de su hermana como un protector.

El ya lo sabía, Bruno e Imelda se lo habían confesado y aunque al principio le dolió y estaba dudando de que fuera un capricho de juventud muy mal planeado, supo que ellos tenían razón.

No tenían futuro en este pueblo y si lo iban a tener, no sería uno bueno.

— ¿Tu lo sabías? — inquirió Adolfo, que se había mantenido callado hasta el momento.

— ¿Eso es cierto? — insistió Félix.

— p-porfavor basta, basta ya — rogó Imelda, con desasosiego, no quería que se volviera una batalla campal ahí también.

— hermana, tranquila porfavor, esto te hace mal —suplica Jerónimo, borrando las lágrimas de esta que caían.

Un sentimiento removió a todos en la habitación, sobre todo a los amigos de esta.

— no puedo calmar me sabiendo que el hombre que amo está allá solo —dice agonizando de la desesperación.

— pelada...

Imelda le envío una mirada, con sus ojos acuosos y su expresión roja de la frustración.

— no papá, no me digas que me calme, no me reclames por querer irme de éste pueblo cuando paso lo de anoche, ninguno de ustedes tiene derecho — declara con una furia y odio en su voz atípicas para ellos.

Ella no se iba a someter ante esos hombres, no iba a dejar que destruyeran sus sueños, eran de Bruno y suyos.

— mija, pelada necia —decía acercándose a ella al otro lado de la cama, la pecosa aparto la vista incapaz de mantener su postura viendo a su padre a los ojos— y-yo no te quiero detener Imelda, eres una mujer hecha y derecha, no voy a negar que me duele la idea de no tener te, a tí y a Bruno, pero me duele más la idea de encerrar te y suplicar que te quedes como un miserable egoísta...

Imelda no lo puede creer, rápidamente voltea a ver a su padre, que parece tan tosco y no se atreve a soltar ni una lágrima a pesar del brillo de sus ojos.

— papá...

— deja me terminar, siempre fuiste tan impaciente pelada alzada —regañaba conteniendo que su voz flaquee— quiero tu felicidad, tú no me perteneces hija —aclara, acariciando el rostro de quién un día fue su pequeña revoltosa— hace demasiados años escape junto a tu madre de un lugar en que sentía que moriría, deje mi hogar para tener otro y salvar los a tu hermano y a tí, sí tú tienes que hacer lo mismo para ser feliz, no los voy a detener, más, me vas a tener en cada paso hasta que te vayas, porque quiero ver cómo cumples esté sueño tuyo, como siempre has cumplido tus sueños.

— eso es hermoso papá —admite Jerónimo, tomando la mano de su padre con orgullo.

— te amo papá, tanto tanto, perdona por no decir te —dice entre gruesas lágrimas de felicidad Imelda.

Secretos De Familia (Brunoxlectora)(Cancelada) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora