-¿Desde cuándo lo sabes?-le pregunté, indignada.
-Lo decidí anoche.
Crucé los brazos. No podía creérmelo. Él se levantó y se acercó a mí. Di un paso hacia atrás, con cuidado.
-Eres un cerdo, Martín. ¿Sabes que te vas a París a vivir y tienes la cara de besarme como lo has hecho en la ducha?
-Porque me gustas, África.
-Ya, y después tienes la poca vergüenza de venir a disculparte por haberme dicho que solo querías pasarlo bien conmigo. ¿Y lo de la ducha qué coño ha sido, eh?
No me contestó.
-¡Contesta, Martín!
Le pegué un guantazo en la cara. Se le cortó la respiración por un momento. Apretó los labios.
-¡Qué contestes!
-Me gustas, África.
-No, no te gusto. Te atraigo y punto, esto no se lo haces a una chica que te gusta. A una chica que te gusta la cuidas, y sabiendo que estoy con Lucas no me haces esto. No te gusto, Martín, no. No te creo.
Agachó la mirada.
-Eres un imbécil.
-Lo siento.
-No, no lo sientes.
No paraba de negar con la cabeza, no podía creerme lo que estaba escuchando, no podía ni creerme lo que no escuchaba, sus silencios, los cuales me hacían ver más cosas que cuando hablaba.
-Sí lo siento.
-No me vuelvas a decir que lo sientes, Martín.
Se acercó a mí, quiso cogerme las manos, pero le aparté en seguida.
-No me toques.
-Podría haberme callado, podría haberte ocultado que me iba y no decirte nada, pirarme y que ya te enteraras por tu hermano. Aun sabiendo cómo te iba a sentar, te lo he dicho. Y lo he hecho porque me importas y porque me gustas. Eres la primera en enterarte, después de Raquel.
Lo miré. Me pareció verle húmedos los ojos, pero eso en él no podría ser posible, así que supongo que fueron ilusiones mías.
-Podrías haberte ahorrado la ducha de hoy y punto. Has hecho conmigo lo que has querido, te has aprovechado de que me encantas y de que puedes hacer conmigo lo que quieras porque me gustas. Eso es lo que has hecho. Y, encima, me dices ahora que te gusto, justo cuando te estoy empezando a odiar. Vete a la mierda, Martín.
Sin poder evitarlo, se me saltó una lágrima. Me la limpié rápidamente.
-Olvídame, si es que algún día te has acordado de mí, yo haré lo mismo contigo.
Fue lo último que le dije antes de bajarme del tejado. Me encontré a Raquel, que lo había escuchado todo. Me abrazó.
-Lo siento…-me dije-. Estoy aquí para lo que necesites.
Di las buenas noches a todos, que seguían jugando a las cartas, y me fui a la tienda de campaña que compartía con Esther y Raquel. Me puse mi pijama y me acosté. Lo peor era que con lo que había dormido de siesta, ahora no podía conciliar el sueño. Escuché cómo propusieron salir del terreno e ir de excursión nocturna. En pocos minutos, me quedé sola, tan solo acompañada por un silencio que daba miedo, interrumpido en seguida por mi llanto incesante. Me acurruqué a la almohada de Esther. Cuando logré tranquilizarme un poco, escuché el tono de mi iPhone. Martín me llamaba. Rechacé la llamada. Después un Whatsapp.
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África
Teen FictionInconformista, joven, inteligente, simpática, aunque como ella misma se describe: friki. 17 años no le son suficientes para hacer lo que a ella le da la real gana, y a pesar de que no crea en la mítica frase: ''año nuevo, vida nueva'', pronto experi...