VI

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Después de llenarme bien el estómago en la cena, me fui con un helado para mi habitación. Sí, un helado en pleno Enero, ¿y qué? Además, después de lo que me había pasado ese día era normal que se me cruzaran un poco los cables, aún seguía en una nube. Martín, veintiún años, futuro bombero, francés… Jamás pensé que podría compartir una tarde a solas con un chico de ese tipo, sin que fuera para hacer un trabajo aburrido para el colegio. Wow, es que no me lo creía. ¿Le escribía algo? Cogí  mi móvil mientras me tumbé en mi cama y miré su perfil. Me salía una sonrisilla tontita cuando abría su foto: su cara guapísima apoyada sobre una almohada que me resultaba familiar. Sus ojos miel intensos parecía que me mirasen, como si estuviera con él. Y pensar que yo había estado hacía unos minutos sobre esa cama… Su estado era “Carpe Diem”. Me quedé mirando su “en línea”. ¿Le hablaba? No, que lo hiciera él. ¿Eres tonta? No lo va a hacer… Mejor, así no me pongo nerviosa. No, quiero que me hable, quiero hablar con él. No, África, te jodes y te contienes, no debes dárselo todo hecho.

En ese momento, entró mi madre por la puerta. La miré y de una manera diferente a la de los últimos días. Sin rabia, sin enfado. No sé si era porque estaba la mar de feliz y porque no quería problemas en mi vida, pero sentía la necesidad de dejarme de tonterías y hablar con ella. Más que nada, porque la echaba de menos. Supongo que lo notó en mi cara, por algo es mi madre y me conoce mejor que nadie, y se sentó en la cama, a mi lado. Me pasó la mano por el pelo y me sonrió. Después se puso seria y me acarició una mejilla.

-Lo siento, África-me dijo.

Le sonreí y ella lo hizo también.

-Da igual, ya está olvidado…

La abracé. Soy adicta a los abrazos y creo que son la mejor medicina para todo, y añoraba los que me daba normalmente con mi madre.

-Pero la próxima vez me avisas… Creo que ya tengo una edad.

-Lo sé, poco a poco me estoy adaptando a tu cambio… Ya sabes …

Le sonreí y suspiré. Ella tragó saliva y salió de mi habitación. Me esperaba la charla típica con la frase “mi niña se hace mayor, pero siempre serás mi pequeña”  incluida, pero no.

Allí, desde mi cama, vi mi libro de inglés sobre el escritorio, y fue en ese momento cuando decidí que debía llamar a Raquel y pedirle auxilio.

-Hola Raquel.

-¡Hola fea! ¿Qué tal?

-Genial, ¿y tú? ¿Mejor?

-Sí, estoy haciendo todo lo posible por sentirme mejor…

-Me alegro mucho.

-¿Qué querías? Te conozco y no llamas por hablar…

Cierto, odio hablar por teléfono.

-Inglés…

Escuché al otro lado del teléfono una risa.

-Raquel, esto es serio, ¿me ayudarás?

-Claro, tonta, te debo una después del helado de ayer…

-Gracias…

-Pero no necesitarás solo una clase, ¿verdad?

-No…

-Bueno, entonces, como solo te debo una, te doy todas las clases que quieras si me haces un favorcito.

El tono de angelito anunciaba curvas.

-Van a dar una fiesta mañana por la noche para despedir la Navidad en casa de Lucas, y…

-No, ni hablar…

-Venga, porfa, vente, ¡necesito desconectar!

-¿Desconectar yendo de fiesta? Además, seguro que va Sergio, es una malísima idea y lo sabes.

ÁfricaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora