XIII

51 2 0
                                    


Me desperté con las pilas cargadas, la hora antes de que sonara mi despertador fue testigo. Me levanté y me vi con ganas de pasear a Brook, que hacía ya bastantes días que no lo hacía. Me lavé la cara, me hice una trenza desenfadada y abrí el armario. Cogí unos leggins del fondo de mi armario, una sudadera ancha que robé hace unos años a mi hermano, y unas vans negras. Con Brook ya atado, me cogí una barrita de esas que saben a paja, y salí de casa.

Volví a casa media hora después. Un sol espléndido entraba por la ventana de mi habitación. Me fui al baño y me duché. Ya despejada totalmente, abrí de nuevo el armario y saqué unos levis, esos que cada vez que están limpios me pongo, y un jersey verde oliva de cuello alto. Me sequé el pelo, que ese día me quedó con un volumen que hacía meses que no había conseguido, y me puse un poco de rimmel y colorete. Por último, me puse de nuevo mis vans negras, me despedí de Mario, de Jimmy y de Brook, y salí con mi mochila sobre la espalda y en bici. Pensé en que hacía bastante que no veía a mis padres, que se me hacía raro, pero la verdad es que durante los últimos días trabajaban bastante. Tienen un bar cerca de casa, mi madre suele estar solo por las mañanas y mi padre hasta por la tarde, pero la clientela había subido bastante y ahora los dos trabajaban todo el día. Los echaba de menos, pero tenía que reconocer que me facilitaba las cosas a la hora de verme con Lucas. No tener que dar explicaciones era lo mejor.  Barcelona estaba preciosa ese miércoles, ojalá durara ese tiempo hasta el fin de semana.

Entré en clase con ganas de ver a mi rubito, que ya estaba por allí hablando con Matías, su mejor amigo. Estaba sentado encima de su mesa, dando la espalda a la pizarra, hablando con él, que estaba en la silla de Lucas. Antes de soltar mi mochila y aprovechando que las chicas no habían llegado aún, le di un pellizco en la espalda y luego le acaricié la misma zona. Él se giró, me sonrió y siguió hablando con Matías. Sonreí, pensé que eso de tenernos que escondernos en el fondo me gustaba. En seguida llegaron Esther y Raquel, que siempre venían juntas.

-¿Halo? Solo escuchaaaaaaa…-me saludó el pivon rubio que tenía como amiga.

-Hola bebéeeeee…-le contesté, cantando.

-Sois vomitivas…-dijo Esther, sonriendo.

-No tenemos la culpa de que seas tan aburrida y solo te guste la música clásica…-le contestó Raquel.

-Pobre Esther, yo le apoyo…-soltó Lucas, metiéndose en nuestra conversación-. Ella escucha música, no como vosotras…

Intenté no exteriorizar  mi indignación por ese comentario, ¿quién se creía para defender a su ex? O lo que fuera, me daba igual.

-No solo escucho reggaetón,  listo-le contesté.

Me sonrió. Las chicas me miraron extrañadas. Quizá el “listo” debería habérmelo ahorrado. En ese momento entró la profesora de mates, salvándome así el pellejo. Respiré tranquila.

-Joder, no me ha agregado aún… me rindo, tío…-nos dijo Esther, saliendo ya del instituto.

-Bueno, no será para ti, olvídate de él y ya está-le contesté, intentando consolarla.

-Eh, lígate otra vez a Lucas este finde, seguro que cae…-soltó Raquel.

Tragué saliva, no me gustó ni un pelo.

-Qué va, paso ya de él, igual que él de mí.

-Pero hay buen rollo, ¿no?-le pregunté.

-Sí, no soy rencorosa.

Me despedí de ellas y me monté en mi bici, deseando llegar a casa y comerme la nevera entera. Justo cuando iba a llegar a casa, me crucé con Martín. Cuando por fin me reconoció, me saludó con la mano. Noté que clavó su mirada en mí y cómo se le dibujaba una sonrisa en esa cara tan perfecta que lucía siempre. Iba vestidor de sport, con un estilo desenfadado que le sentaba estupendamente, claro que con ese físico era difícil que algo le quedara mal. No me paré a saludarlo, ni siquiera le devolví el gesto, aunque por dentro me muriera de ganas. Me bajé solo cuando llegué a casa unos minutos después, aún con el corazón a mil. Me preguntaba por qué siempre me lo cruzaba.

ÁfricaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora