Capítulo 15

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Por la mañana Dylan y yo fuimos a desayunar al café del pueblo. Había echado tanto de menos caminar por esas calles, y entonces me acordé del día en el que me fui con Danna.

—¿Estás bien?—. Me preguntó Dylan al ver que había entristecido de golpe.

—Sí. No te preocupes. Todo bien.

Su mano se posó sobre la mía, y, con la otra, me alzó la cara por el mentón para que lo mirara a los ojos.

—Quiero que me escuches, Daniela. ¿Vale?—. Hizo una pausa y yo asentí con la cabeza para que continuara. —Has perdido a tu madre, esta es la realidad. Es normal que estes triste. No tienes que engañar a nadie, mucho menos a ti misma. Esto que te ha pasado... Es lo peor que le podría pasar a cualquier ser humano. Si estás triste, que es lo más normal del mundo y no tiene nada de malo, no te lo tragues, quiero que lo expulses y que llores. Te quiero, y estoy aquí para apoyarte en todo, incluso para dejar que empapes mi hombro con tus lágrimas. Si necesitas hablar, yo te escucho. Pero, por favor, no me mientas. Porque así solo te engañaras a ti misma. Y eso me duele.

Con sus palabras se me había formado un nudo en la garganta. Tenía ganas de llorar, pero, muy a pesar de lo que me acababa de decir, me lo tragué y le dediqué una sonrisa sincera.

—Gracias, Dylan—. Terminé mi taza de chocolate caliente y vi como por la puerta entraba un chico tatuado.

Llevaba puestas unas gafas de sol y el pelo mojado y alborotado, como siempre. Aunque no venía con sus amigos, y tal vez fue eso lo que captó mi atención. Nos pasó por el lado como si no me conociera y se sentó al fondo en una mesa solo.

—¿Qué le pasa a Mathew?

—¿Le conoces?

—Es el hermano de mi mejor amigo. Ander, aunque desde que me fui no hablamos—. Dylan pareció tensarse por un momento. —¿Todo bien?

Él asintió con la cabeza. Miró a la mesa de Mathew y se puso en pie.

—¿Volvemos?—. Me sonrió.

—Sí, iré a pagar.

—Yo invito. No te preocupes.

—Dylan no... —. Iba a decir algo más, pero se apresuró a la cajera y pagó con su tarjeta. —No tenías por qué hacerlo.

—Pero me apetece.

Nos paramos frente a la puerta para ponernos los abrigos otra vez, y, cuándo levanté la cabeza, me fijé en que había un muérdago sobre nosotros. Dylan pareció darse cuenta y solo se rió. Al mirarlo mis mejillas se tornaron de color rosado.

—Muérdago—. Dije, y él avanzó un poco hacía mí.

—Lo sé.

Me acarició la mejilla y, al ver que no me apartaba, me besó con mucha delicadeza. Nuestras lenguas chocaron, y después de un rato nos separamos mirándonos a los ojos. Él me cogió la mano y comenzamos a caminar. Estaba feliz.

Cuándo volvimos a casa de los Morgan, ya al mediodía, subí a mi habitación por algo de ropa cómoda y me di una ducha de agua caliente. Me puse una toalla alrededor del cuerpo y, al salir, me encontré con Chris tumbado sobre mi cama leyendo el libro que antes había estado sobre la mesita.

—¿Qué crees que haces?—. Le grité entre sorprendida y molesta.

Él solo me miró y cerró el libro mirándome, mientras se llevaba un dedo a los labios para hacerme callar.

—Bonitas vistas. ¿Te das la vuelta?

—No. Vete.

—¿No quieres oír lo que te tengo que decir?

—No.

—¿Segura?—. Alzó una ceja moviendo un poco la cabeza en mi dirección.

La curiosidad me pudo, y solo me crucé de brazos esperando a que dijera algo.

—Siéntate—. Obedecí y crucé las piernas para que no intentara nada. —¿Tan poco te fías de mí?—. Se burló ante mi gesto.

—¿Qué quieres?

—Mi hermano me ha prohibido que te lo diga pero... No voy a hacerle caso. Han encontrado el cuerpo de Ander en el lago congelado. Creo que era... ¿Tu mejor amigo?

Me quedé en blanco. Otro nudo se me formó en la garganta, pero esta vez, no se porque, tal vez porque no me fiaba de Chris, tenía la esperanza de que estuviera mintiendo de muy mala gana. Tragué con fuerza para intentar decir algo.

—¿Cómo sé que dices la verdad?

—No soy tan cruel como crees, Daniela—. Me puso el períodico del pueblo en la mano y se fue cerrando la puerta tras él.

La mano me temblaba. Comencé a leer la noticia, y mientras más leía, más se me llenaban los ojos de lágrimas, hasta que comenzaron a brotar rodando por mis mejillas y empapando mi cara. De repente, sentí como todo a mi alrededor se movía, la vista se me nublaba, y entonces, cuándo quise levantarme... Caí en redondo al suelo.

—¡Daniela!—. Me gritaba la voz de un chico mientras me daba algunas palmas en la mejilla para que despertara. —Por favor, ¡despierta! ¡Daniela!

Abrí los ojos poco a poco. Ya no sentía ninguna palmada en mi cara, pero la luz me cegaba los ojos. Intenté pararla poniendo una mano delante de mis ojos, y, cuándo ya no veía borroso, la aparté. La cara de Dylan apareció delante de mí. Parecía muy asustado.

—Por fin—. Suspiro aliviado, y con una dulce sonrisa me ayudó a sentarme. Estaba tumbada sobre la cama. —¿Te encuentras bien?

—Sí... ¿qué ha pasado?

—Te has desmayado.

Observé el periodico en su mano y rápidamente lo acusé.

—¿Por qué no me lo dijiste?—. Lo miré a los ojos decepcionada.

—Tienes que descansar, belleza—. Fue a acariciarme la mejilla, pero le aparté la mano.

Ahora estaba un poco más cabreada.

—¿Por qué me lo has ocultado?

—Dani...

—¿POR QUÉ?

—¡PORQUE TE QUIERO, DANIELA!

—¡PUES SI TANTO ME QUIERES, ME LO TENDRÍAS QUE HABER DICHO! ¿NO CREES? ¡PORQUE ESO ES LO QUE HACEN LAS PERSONAS A LAS PERSONAS QUE QUIEREN! ¡NO MENTIRLES!

—¡YO NO TE MENTÍ!

Sin saber como ya nos habíamos levantado los dos y estábamos de pie gritándonos el uno al otro. Dylan parecía desesperado, y yo estaba entre furiosa y decepcionada.

—¡LO HICISTE! ¡LO HICISTE AL NO DECIRME QUE ANDER HABÍA MUERTO!—. Cogí el periodico y le enseñé la fecha del día de publicación. —¡VEINTITRÉS DE NOVIEMBRE, DYLAN, YA HA PASADO UNA PUTA SEMANA!

—¡ESTABAS TRISTE POR LO DE TU MADRE, NO QUERÍA VERTE PEOR!

—¿Y LO QUE ME DIJISTE EN LA CAFETERÍA?

—¡ERA VERDAD!

—¡PERO BIEN QUE AHORA NO QUIERES VERME MAL! ¿SABES QUE TE DIGO DYLAN?—. Ahí se me llenaron los ojos de lágrimas, y comencé a lagrimear mientras le gritaba, apuntandolo con el dedo en el pecho. —¡QUE MI MADRE ESTÁ MUERTA, MI MEJOR AMIGO TAMBIÉN, Y QUE ME HE PASADO, UN PUTO MES, UN JODIDO MES, ENCERRADA EN UNA CASA, CON OTROS VEINTE NIÑOS, TRAGANDOME LAS LÁGRIMAS POR MI MADRE, FUMANDO HACHÍS, Y DESESPERADA POR SALIR DE AHÍ PORQUE TE ECHABA DE MENOS!

—¿Y CREES QUE YO NO TE HE ECHADO DE MENOS?

—¡NO TENGO NI PUTA IDEA, DYLAN! ¡PERO, LO QUE SÍ SÉ, ES QUE AHORA MISMO NO QUIERO SABERLO! ¡SOLO QUIERO QUE TE VAYAS!

Y tras decir eso, ninguno de los dos volvió a gritar nada. Nos quedamos mirándonos a los ojos en silencio, y después de un rato, abrió la puerta y se fue cerrando de un portazo. Me dejé caer sentada sobre la cama y comencé a llorar.

El silencio de la locuraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora