Capítulo 20

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Esa misma mañana había salido a correr, para despejarme un poco. Necesitaba un poco de ejercicio. Me adentré en el bosque. Estaba tan absorto en mis pensamientos que ni siquiera me di cuenta de que todo lo que me rodeaba estaba cubierto de nieve. Una suave brisa, bastante congelada, me chocó la mejilla. Me detuve de golpe al llegar al río, me doble hacia delante con las manos en mis rodillas y traté de recuperar la respiración. Me agaché de cuclillas frente al agua y cogí un poco de ella con ambas manos para mojarme la cara, después bebí un poco. De pronto, escuché a alguien aproximarse. Me puse en pie y miré hacia donde venía el ruido. Llevaba una chaqueta abrochada blanca, con la capucha puesta. Cuándo le reconocí nos saludamos. Después me hizo una pregunta algo extraña, que ni siquiera supe a qué venía. No parecía tener muchas ganas de hablar. Luego dijo algo que me cabreó mucho, sobre todo en ese momento. Entonces, cerré el puño y le clavé un golpe en la mandíbula. Pareció dolerle, porque hizo un gesto raro con la boca, y con una mano se sujetaba el lado donde le había golpeado. Su mirada cambió a una muy rabiosa. Retrocedí un poco, y, al ver que se acercaba, lo intenté volver a golpear, sin embargo, él fue más rápido, porque me cogió justo a tiempo por la muñeca y me comenzó a retorcer el brazo. Me lo colocó detrás de la espalda y haciendo que me inclinara un poco hacia delante. Intenté soltarme, pero él era más fuerte. Siguió diciéndome cosas muy parecidas a las que habían provocado que lo golpeara. Estaba incitandome a hacer algo muy malo, y lo consiguió. Estiré el brazo a mi tobillo y cogí una navaja que guardaba en mi calcetín. La abrí para sacar el filo y se lo clavé en la pierna. Soltó un gruñido de dolor y me soltó, tirándome al suelo, mientras se lo quitaba. Corrí hacia él e intenté quitárselo. Estuvimos un buen rato forcejeando, y, de repente, ambos nos quedamos muy quietos. Su mirada expresaba rabia, sorpresa y, tal vez, solo tal vez, y no estoy muy seguro, arrepentimiento. Caí de culo al suelo, con la navaja en medio de mi pecho, sangrando. Se agachó a mi lado de cuclillas y me arrancó la navaja. Después, perdí el conocimiento, y luego ya no desperté.

El silencio de la locuraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora